martes, 27 de septiembre de 2011

Bonjour, París; Au Revoir, París

Si me pidiesen que hiciera una lista enumerando mis hobbies, entre ellos indudablemente se encontraría el hecho de viajar. Me gusta poder hacer al menos un viaje al extranjero por año, y el del presente ya está finiquitado.

El destino de estas vacaciones era nada más y nada menos que París, La ciudad del amor, la ciudad de la luz o como quiera llamarse. Una de las ciudades más grandes y que más tienen que ofrecer al turista.


Seis días y cinco noches en las que visitar todo lo posible, casi a contrarreloj, pues en esa ciudad cada actividad puede durar más de lo previsto y siempre puede surgirte algo nuevo que hacer. El nerviosismo por un nuevo viaje estaba ya superado, y no quedaba otra que disfrutar todo lo posible.

Día nº1: Recién aterrizados e instalados en el hotel, emprendimos nuestra marcha hasta nuestro primer objetivo: el Pont des Arts. Se trata de uno de los muchos puentes del río Senna, cuya tradición (como en otras muchas ciudades europeas) es colocar un candado como prueba del amor de las parejas. Es un puente peatonal atestado de estas muestras de amor, y nosotros no pudimos ser menos y pusimos nuestro granito de arena en esa obra. Tuvimos la gran suerte de encontrarnos con el ocaso en un día despejado, con la Torre Eiffel de telón de fondo, con lo cual pudimos contemplar una panorámica que nos auguraba, como así fue, un viaje perfecto.

Poco después nos encaminamos al Barrio Latino, donde dimos unas vueltas por sus iluminadas calles y aprovechamos la ocasión para cenar. El cansancio del viaje comenzaba a pesar, así que decidimos poner punto y final a aquel ajetreado día.

Día nº2: 07:30 de la mañana y el despertador martilleando nuestros oídos. Una desalentadora sensación que fue mitigada de un plumazo al recordar que estábamos en pleno viaje a la capital de Francia. Nos esperaba el día más agotador del viaje, con una ruta peatonal que comenzaba en el afamado Musée du Louvre. Nos dedicamos a hacer una visita rápida, ya que eran muchas las paradas previstas para aquel día. No obstante, era obligatoria la visita a obras tan reputadas como la Gioconda, la Venus de Milo o Victoria alada de Samotracia.

El día continuaba con un paseo por el Jardin des Tuileries, pasando por la Place de la Concorde y continuando por los Champs Elysées hasta llegar al Arc de Triomphe. Tuileries es un jardín precioso que va desde el Louvre hasta la Plaza de la Concordia, muy emblemática también en París. Desde ahí hasta el Arco del Triunfo la avenida se llama, como todo el mundo conoce, los Campos Elíseos, con una gran cantidad de comercios a ambos lados, algunos (pocos) al alcance de todos los públicos, y otros aptos sólo para bolsillos muy desahogados. Y por fin, el Arco del Triunfo. He de decir que, aunque yo ya había estado en París, recordaba el arco mucho más pequeño, y fue una visita muy agradable (salvo por la incontable cantidad de escalones que hubimos de subir hasta su azotea). Vimos por primera vez una panorámica de la capital francesa, desde donde se veían todo tipo de monumentos que poco después visitaríamos también.

Turno para girar el timón de la marcha y dirigirnos al imponente Trocadero, preámbulo del plato fuerte del viaje: la Tour Eiffel. Primera visita a la obra magna de París, de Francia y una de las candidatas a obra magna de Europa. Subimos por las escaleras de día y bajamos, también por las escaleras, de noche, con lo que pudimos apreciar la torre en su plenitud. Seiscientos sesenta y nueve escalones hasta el segundo piso, a partir del cual sólo se podía subir al tercero por medio de un ascensor. Tras bajar, nos sentamos en Champ de Mars para contemplar el espectáculo de la Torre Eiffel con sus luces anaranjadas encendidas y las azules destellando a cada hora en punto.

Día nº3: Sábado, y turno de visitar la catedral de Notre Dame. Imponente como ella sola, su interior inspira a un recorrido circular que no eludimos, rodeados de cientos de turistas que, como nosotros, estaban de visita en uno de los puntos de más interés de la ciudad. Después hicimos una visita rápida por la Sainte-Chapelle y cogimos el metro para dirigirnos a Montmartre, un barrio con una alta fama artística por lo reputado de sus pintores, culminando en la Place du Tertre. Muy cerca se encuentra la Basilique du Sacre-Coeur, a quien también fuimos a hacer la visita de rigor. Su situación elevada nos daba una nueva oportunidad de contemplar París desde una posición aventajada. Las calles ascendentes del barrio son otra de sus características, junto con las escaleras que guían hacia la basílica y hacen de Montmartre uno de los barrios más bonitos de toda la ciudad.

Después de esto fuimos a visitar las Galerías Lafayette, cuidadas hasta el último centímetro y acongojante al mirar hacia arriba en busca de su gigantesca cúpula central. Una visita obligatoria aunque no lo parezca, ya que es una vista impresionante, y está muy bien dar una vueltecita por sus pasillos y pisos elevados, hasta la teraza al aire libre, aunque todos sus niveles están atestados de gente. La Ópera nos sorprendió por lo bello de su fachada. Gigantesca y esplendorosa podrían ser dos de sus adjetivos más apropiados. Y el punto y final al día se puso con la visita al archiconocido Moulin Rouge, cuyas luces de noche atraen al más despistado.

Día nº4: Este día lo aprovechamos para descansar y ver dos o tres cositas sueltas, como fueron los Jardines de Luxemburgo, un parque muy bonito y tranquilo donde descansar, apreciar el paisaje, correr para quien le guste hacer deporte o dar un tranquilo paseo.

Después fuimos a visitar la fachada del Panteón y la Place de la Bastille, situada ligeramente al este del corazón del centro de París. Hora de dormir, ya que al día siguiente nos esperaba un día agotador, el último completo, con la visita a DisneyLand París.

Día nº5: Disney es un lugar a visitar sobre todo si tienes hijos, pero si no es el caso, sigue siendo una visita obligatoria en París. Está a unos treinta y cinco kilómetros al este de la ciudad, pero su tren de cercanías RER te puede acercar allí en menos de una hora. Dentro del parque de atracciones, sus tiendas están abarrotadas de gente a todas horas, adquiriendo sus recuerdos de la visita. Las atracciones son la mayoría destinadas a los más pequeños, pero no por ello dejan de ser divertidas para los más mayores. Cada personaje de Disney tiene su propia parcela donde sus mayores fanáticos tienen todo en relación a él. Aladdin, Toy Story, Bambi, y por supuesto Mickey y Minnie, quienes eclipsan la atención de los demás en todo momento.

Hay varias atracciones para adultos, como lo son el Space Mountain o la de Indiana Jones, muy recomendadas ambas si te gustan las emociones fuertes.

Y todo ello culmina con el cierre a las 19:00, encabezada por un espectáculo de los personajes de Disney dando la despedida a un día de visita al lugar soñado por todos los niños, y por algunos de los mayores.

Sólo nos faltaron por ver el Palacio de Versalles y La Defense, que quedan aparcadas para la próxima visita.

Así concluyó nuestro viaje, ya que el último día poco más hicimos que subir al avión y regresar a casa. Un viaje muy ajetreado, muy cansado, pero perfecto a cada minuto que pasaba. Una ciudad que visitar cada año si se pudiera, pero hay otros destinos desconocidos que nos esperan en el futuro.

PD. Y para ti, 'Siempre Juntos'. :)