jueves, 12 de julio de 2012

Magia en Bruselas, Gante y Brujas


Este año las vacaciones se han anticipado, y en Mayo tuve las últimas de todo el año. Pronto, sí, pero es un gran mes para viajar. Y vaya si lo hicimos. Tras haber ido en Abril a Andorra, en un viaje muy bonito, el siguiente destino era Bélgica. Un país pequeño, pero con mucho para ver. Nos hubiera gustado tener algo más de tiempo para ver más, y presupuesto para movernos más, pero las limitaciones son las que son, y hay que adaptarse a ellas.


Bruselas
El tiempo total de viaje eran seis noches, de las cuales tres iban a ser en la capital belga, las tres primeras. El avión nos dejaba por la mañana en el aeropuerto de Charleroi, tras lo que cogimos el autobús que nos llevaría a la ciudad y fuimos al hotel a descargar el equipaje.


Los atractivos de Bruselas son muchos. Especialmente turísticos son el Manneken Pis y el Atomium, santo y seña del sentir belga. El primer lugar que buscamos, una vez instalados, fue el famoso niño orinando. Hay varias historias sobre porqué este niño es tan idolatrado en Bruselas. Alguna dice que es un niño que se perdió, y fue buscado por grupos de gente organizada para ello, y finalmente lo encontraron haciendo sus necesidades en el lugar donde ahora está la estatua. En cualquier caso, es una estatua muy célebre y pintoresca, tanto que es habitual verlo vestido de diferentes maneras, como por ejemplo de jugador de fútbol, de empleado de limpieza, de buceador, de Drácula, etc. Cierto es que la figura puede decepcionar a primera vista, ya que es una estatua pequeña, en un lugar que, de no ser por la algarabía que seguro la rodea, podría pasar totalmente inadvertido. De hecho, nosotros casi pasamos de largo a la hora de buscarlo.


Ese mismo día nos dio tiempo a visitar también la Grand Place, la plaza central de la ciudad. Siempre llena de gente, y totalmente rodeada por sus edificios, está presidida por el imponente ayuntamiento. Más vistosa de noche que de día, es un buen lugar donde pasear y ver el ambiente que se mueve por la ciudad. Seguimos con nuestro recorrido, y nos llevamos una pequeña decepción con las Galerías Saint Hubert. Es uno de los mayores puntos comerciales de Bruselas, pero tan sólo consta de tres pasillos, que en unos diez minutos aproximadamente pudimos ver.


Las dos mayores maravillas de Bruselas y Bélgica, amén de monumentos o lugares que ver, son el chocolate y la cerveza. Amante de ambas, pude disfrutarlas durante todo el viaje, especialmente la gran selección de cervezas y la inmensa diversidad de vasos. Sí, vasos. Cada cerveza te la sirven en su vaso especial de la marca. Huelga decir que acabé comprando el que aparece en la imagen.


El segundo día continuamos nuestra visita por el centro de la ciudad, comenzando por la Catedral de St. Michel, de un estilo semejante a la de Notre-Dame en París; continuamos por el Parque de Bruselas, donde se sitúa también el Palacio Real. Después hicimos una pasada por Notre-Dame du Sablon, y ya nos dispusimos a cruzar la ciudad a la zona más periférica de la misma.


Allí nos esperaba, en primer lugar, la Torre Japonesa y el Pabellón Chino. Son dos construcciones que parecen fuera de lugar, y su historia es que al rey Leopoldo II le gustaron tanto en un viaje que realizó que ordenó construir una réplica de ambas en su Bruselas. Pintorescas y curiosas, fueron dos gratas sorpresas en nuestra visita. Continuamos andando en dirección al plato fuerte de Bruselas, el Atomium. Innumerables son las fotografías tomadas en sus alrededores, porque lo merece. Compramos los billetes para entrar al día siguiente, porque ya era tarde, y aguardamos en sus alrededores hasta las 21h, momento en el cual sus luces se encendieron para convertir en algo inolvidable la experiencia.


Al día siguiente hicimos la visita por su interior, bastante interesante, donde están expuestos las diferentes propuestas de monumento que hubieron, y donde hay maquetas del proceso de construcción del Atomium. Como curiosidad, habían varios funambulistas tratando de pasar entre dos de las bolas que lo forman.


La tarde la dedicamos a pasear, tomar nuevas cervezas y decir adiós a una Bruselas que, de menos a más, nos había cautivado.


Gante
Personalmente, me iría a vivir mañana mismo a Gante. Simplemente con tener tan cerca un castillo tan formidable como el de esta ciudad, y poder visitarlo semana tras semana, conocer más a fondo su historia, sus secretos... Me valdría la pena.


Desde Bruselas a Gante fuimos en tren, utilizando el cómodo y asequible GoPass10 (diez viajes por toda bruselas por 50€, al destino que se quiera viajar). Al llegar, tuvimos que andar bastante hasta llegar al hotel, con las ruedas de una de las dos maletas rotas (se rompieron en Bruselas). Pero, salvado este obstáculo, todo fue perfecto. El hotel estaba situado muy cerca del centro de Gante, por lo que nada más dejar el equipaje nos pusimos manos a la obra y comenzamos a visitar todo lo que había que ver, ya que sólo disponíamos de un día (fue suficiente).


El recorrido comenzaba por la Catedral de San Bavón, pasando por el campanario (Belfort), y la Iglesia de San Nicolás: tres estructuras muy cercanas entre sí, casi enfrentadas, imponentes las tres y formando un centro de la ciudad precioso. La ciudad en sí es muy de época, está perfectamente conservada y da la sensación en todo momento de estar haciendo un viaje al pasado, acostumbrado a las ciudades modernas que tenemos a día de hoy. La plaza Korenmarkt también es digna de mención, y justo a su lado se sitúa el canal que separa el centro del Castillo, custodiado por las dos calles que hay a cada lado, Graslei y Korenlei. Era Domingo, día festivo, y en la Korenmarkt había un grupo de rock tocando. Gran ambiente, lleno de gente, parecía uno encontrarse en una fiesta de la época medieval (salvo porque la música era rock).


Nos dispusimos, pues, a entrar al castillo. Había un recorrido guiado por carteles, que nos llevó por las escaleras hasta uno de los puntos altos del Gravensteen, desde donde se podía ver todo Gante. Después pasamos a unos salones donde se mostraban las armas de la época, como mandobles, mazas o armaduras.


Pasamos a la sala de torturas, donde se exponen los objetos que se usaban para eso mismo, además de una guillotina. Después de eso, una vuelta por el interior de la fortaleza (jardines, la muralla por dentro). Definitivamente, una gran visita por el interior de la historia de Gante y de su mayor emblema.


Al salir del castillo, nos tomamos una cerveza en la terraza en la que el grupo de rock seguía tocando versiones de grupos como Led Zeppelin (vaya alegría), y pasamos un gran rato viendo cómo los belgas, ebrios la mayoría, se lo pasaban genial bailando en el escenario improvisado.


Descansamos un poco, y cuando anocheció, fuimos  a dar un paseo por la noche de Gante, donde su iluminación rebotaba en las calles empedradas, dándole un toque dorado a toda la ciudad.


Brujas
Brujas, una ciudad con encanto. Eso es innegable. Una ciudad donde todo son canales, todo es verde, y en el corazón de la misma, la plaza central (Grote-Markt) lo preside todo.


Nuestro trayecto comenzaba con el Minnewater, también llamado el Lago del Amor. Toda esa zona de la ciudad está llena de cisnes, lo que le da un toque mágico a la misma.


Brujas es una sucesión de canales y más canales, donde sus calles están llenas de puentes que los pasan por encima. Nos dirigíamos al centro de la ciudad, pasando de largo más tiendas de chocolates. Pasamos también por el lado de la Iglesia de Nuestra Señora, cruzamos la preciosa calle Dijvers y ya nos dirigimos a Grote-Markt, donde se alza también el campanario. 




Sólo nos quedaba la parte final del recorrido, culminando en una de las calles más famosas de Brujas, Gronerei. Brujas es una ciudad que, sin tener ningún monumento espectacular como referencia que llame a los turistas, toda ella es un monumento que visitar. El botón de la cámara de fotos estaba casi echando humo cuando finalizamos nuestro recorrido, ya que en cada calle hay algo que ver, algo que inmortalizar.

En definitiva: Bruselas, o al menos estas tres ciudades, es un país que hay que visitar obligatoriamente al menos una vez en la vida. ¿Para repetir? Claro que sí, aunque quizás no sea un destino tan apetecible como lo son París o Londres, es un lugar en el que todo es más tranquilo y más natural. 




PD: Y para ti, 'Siempre Juntos' :)