miércoles, 31 de agosto de 2016

Verano #2

¡Nos vamos de viaje! Empiezo a mover la cola de la emoción, como siempre que salimos a algún sitio. Rafa engancha la correa a mi collar, subo de un salto al asiento del coche, y escucho cómo el cinturón hace clic. ¡Nunca se le olvida abrocharlo! Tras los primeros minutos de inquietud, decido acostarme.
Agradezco las ventanillas bajadas, porque de esa manera el aire me impacta en la cara; me incorporo de nuevo, abro la boca y saco la lengua. Acerco mi cara al cristal trasero, y veo cómo las casas del vecindario quedan atrás a gran velocidad. Intento acercarme a Rafa, pero la correa no llega hasta él.

-¡Síentate, Casper!

Obedezco, aunque esta vez no haya comida de por medio. Rafa no está contento hoy, no me ha acariciado todavía, pero al menos el cuenco de pienso estaba más lleno que de costumbre. No he visto tampoco al pequeño Martín; seguro que él me habría acariciado mientras desayunaba, es una apuesta segura. Yo, a cambio, siempre le lamo las piernas como agradecimiento, y él acaba riéndose escandalosamente. El ciclo de una mañana cualquiera. Luego todos se van y yo me tumbo en el sofá, aunque sé que con ello me ganaré una riña.
El coche va más rápido de lo normal, parece que tenemos prisa. Miro otra vez por la ventana, y no reconozco el camino: veo árboles y hojas, un buen sitio para jugar. Buena elección, Rafa, tú sí que sabes. Después de un par de giros que me hacen tambalear, el coche frena y siento cómo acabamos deteniéndonos por completo. Rafa baja del coche y da la vuelta para acudir a mi puerta. La abre, me libera del cinturón y salto del asiento en una estampida vertiginosa. Hay sombra gracias a los árboles que he visto desde el coche, así que puedo correr y correr sin cansarme mucho. Rafa camina detrás de mí, y nos alejamos del coche. Veo que lleva una chuchería en la mano, y sé que es para mí. Me relamo pensando en cuándo me la dará, e inconscientemente me ciño al paso de Rafa, que ahora camina a mi lado. Sigue sin acariciarme, pero yo me concentro en lo que guarda en su mano.
“No lo escondas, no, que ya lo he visto”.
Ya hemos caminado mucho cuando veo que Rafa mira alrededor, y yo hago lo mismo. No hay nadie, no sé por qué Rafa ha tenido que mirar para comprobarlo. Estamos en un amplio claro, y ahora el sol sí consigue castigarnos con el calor del verano, aunque agradezco la brisa que sigue azotándome, y levanto el hocico para disfrutarla.
Rafa sigue cabizbajo, pero se arrodilla para estar a mi altura. Menos mal, empezaba a pensar que estaba enfadado conmigo, y llevo ya muchos días sin morder sus zapatillas. Me mira a la cara, pero inmediatamente agacha la cabeza. Decido darle un lametón en la cara para alegrarle, pero esta vez no sonríe. Él pone las manos bajo mi cabeza y agarra el collar. Con un hábil movimiento, suelta la hebilla que siempre me sujeta el cuello, y siento cómo la eterna opresión de la cinta de piel cede y me libera.
Rafa se levanta, y yo me levanto. ¿Ya nos vamos?
“No te olvides de la chuchería, Rafa, yo no lo he hecho”.

-Siéntate, Casper –murmura Rafa, señalando al suelo con su dedo.

Obedezco. Una chuchería está en camino, y con eso no se juega. Veo cómo una lágrima cae de los ojos de Rafa, y me parece raro. Nunca había visto esa expresión en su cara. Gimo un poco para que sepa que estoy ahí, y Rafa abre los ojos tras secárselos. Comprueba que sigo sentado, y tiende su mano, en la que está mi premio. Ávidamente abro mi boca y atrapo el manjar con delicadeza, saboreándolo, pero devorándolo en apenas un segundo. ¿No hay más?
Rafa da un paso atrás. Yo, frente a él, doy uno adelante.

-Quieto, Casper.

Obedezco. Quizá tenga más premios en los bolsillos del pantalón.
Rafa da otro paso atrás. Yo permanezco sentado.
Otro paso más.
Otro.
Vuelvo a relamerme el hocico, pero cada vez veo a Rafa más lejos. Me levanto y doy un paso hacia él.
-¡Quieto, Casper! –chilla Rafa, con nuevas lágrimas brotando de sus ojos.

Me siento otra vez. Veo cómo Rafa da otro paso más, y mi collar tintinea en la lejanía.

-Quieto, ¿eh? –repite Rafa, esta vez más sereno.

Me remuevo, pero permanezco en el sitio.
Rafa se gira y comienza a caminar con rapidez. Siento la tentación de seguirlo, pero recuerdo su orden, y me quedo quieto. Habrá ido a por otra chuchería, o tal vez estamos jugando.
Pasan unos minutos, y me siento.
¿Estaba tan lejos el coche?
Ladro.

¿Rafa?

Verano #1

Mientras mamá preparaba las maletas, Félix correteaba de un lado para otro, agitado ante el momento que había ocupado su mente las últimas dos semanas. Él tenía la misión de elegir qué juguetes iba a llevar en su mochila, y era una tarea de lo más difícil: ya había guardado en ella sus dos favoritos, el dragón que rugía al apretar un botón, y el robot cuyos ojos se iluminaban al hacer lo propio. El problema llegaba justo entonces, cuando el espacio de la mochila menguaba y todavía faltaba una larga lista de juguetes por ser escogidos.

-¡Félix, nos vamos!

Las prisas atacaron ante el aviso de mamá, y es que cualquier decisión que tomase le dejaría un sabor agrio en su paladar. El león siempre sería una gran elección, ya que el rey de la manada podría causar impresión en el pueblo de sus primos: a la mochila. El futbolista, una figura del famoso Marcos Estévez, cayó derribado con el movimiento, o quizá humillado por no haber sido elegido. Ya sólo quedaba espacio para un juguete más, y una bombilla se iluminó en su cabeza cuando reparó en el coche deportivo. ¿Cómo había podido olvidarlo? Un verano sin los giros bruscos en su trayectoria, o sin el potente bramido emulado por su propia voz, no sería un verano perfecto, como el que Félix planeaba tener. Rio exaltado al pensar en los gritos de la abuelita Milagros cuando el coche rodase por el sofá de piel de su salón.

-¡Félix!
-¡Voy, mamá!

Nunca había que esperar hasta la tercera llamada de mamá. Sellada su decisión, cerró con esfuerzo la cremallera de su mochila, pues una de las ruedas del coche sobresalía, y la cargó en su espalda. Bajó las escaleras de dos en dos y encontró a mamá con los brazos en jarras. Su mirada ceñuda no tardó en convertirse en una amplia sonrisa, que dejaba claro que, por fortuna, el enfado no era de verdad.
Se sentó de un salto en la silla de la cocina, y comenzó a llenar su cuenco de cereales. Los masticaba al tiempo que pensaba en el pueblo: sus primos Noel y Silvia se sorprenderían al ver cuánto había crecido, ya pasaba de un metro y diez centímetros. Papá decía que eso era mucho, y que dentro de poco ya sería más alto que mamá. Se reía cada vez que lo decía, aunque Félix no sabía por qué. Cuando terminó de devorar los cereales, preguntó:

-¿Nos vamos ya?
-Pregunta a tu padre.
-Voy.
Salió de la cocina y corrió el pasillo hasta llegar al baño, donde papá se estaba echando colonia.
-¡Vámonos, papá!
-¿Has elegido los juguetes?
-Sí, ya están en la mochila.
-¿Cuáles?
-El dragón, el robot y el coche.
-¿Has dejado fuera a Estévez?
-¡Es que no cabía! ¿No me dejas llevarlo?
-Ya sabes lo que dijimos: sólo los que quepan en la mochila.
-Entonces Estévez se queda –dijo Félix, apenado.
-Bueno, dile a mamá que nos vamos ya.

De nuevo, volvió a trotar por el pasillo. Mamá estaba recogiendo los platos del desayuno. Cuando terminó, agarró la mochila de Félix y la puso en la puerta, junto al resto de maletas. Papá vino por el pasillo, lo que significaba que el viaje iba a comenzar. Cogieron las maletas, y Félix hizo lo propio con su mochila. Una vez en el asiento del coche, mamá le abrochó el cinturón y le dio un beso. En cuanto hubieron recorrido los primeros kilómetros, los párpados de Félix se cerraron, vencidos por el sueño.
Despertó con el salto del coche en un bache, y descubrió que papá le sonreía por el retrovisor.

-¿De qué te ríes? –preguntó Félix, desconcertado.
-Tu amigo y tú habéis dormido mucho –contestó, ensanchando su sonrisa.
-¿Qué amigo? –volvió a preguntar, pero la mirada de su padre le hizo girar la cabeza hacia el asiento.
-¡Estévez! –alargó el brazo y tomó el muñeco del futbolista- Pero ¡no cabía en la mochila!
-Creo que por esta vez podemos hacer una excepción –respondió mamá.
-¡Gracias!


Y así, con la figura del juguete que tenía que quedarse en casa aferrada entre sus dedos, el viaje de Félix siguió su curso, con la certeza de que, ahora sí, iba a ser un verano inolvidable.