miércoles, 2 de noviembre de 2016

La cabaña roja - Miedo #3

Definitivamente, no puedo sentir miedo.
Por muchas voces que escuche, destellos que me cieguen o aunque oiga el arrastrar de las hojas por la tierra húmeda, no puedo detenerme. La vida de Sally está en juego.
Nate, ese maldito novio suyo… Sabía que no la llevaría por buen camino.
“Es un buen chico”, me dijo.
¿Dónde está ese buen chico ahora?
Sigo apartando ramas a través de la espesura del bosque. Algunas me arañan los brazos, otras me alcanzan la cara, mientras yo trato de ignorarlo todo. Tengo mi mente fija en Sally, en la última vez que la vi salir por la puerta de casa, con unos vaqueros azules y un suéter pistacho. Recuerdo la sonrisa tras la cual ocultaba sus planes, temerosa de las consecuencias de que Helen o yo los descubriéramos.

-Voy contigo –había suplicado Helen.
-Ni de broma –fue mi respuesta-. No quiero perderos a ambas.

Y sin embargo, ahora el temor reside en no ser yo mismo quien se pierda.
Las indicaciones eran claras: internarme en el bosque desde la casa blanca y seguir las señales que me indicarían el camino, talladas en los árboles. La cuestión es que las indicaciones se esfumaron hace más de diez minutos, y yo continúo caminando por un bosque al que ya no sé cuántas vueltas le he dado.
¿En qué andas metida, cariño?
Cuando fisgué en su ordenador para buscar la ubicación, el aura que desprendía la conversación no me gustó un pelo. ¿Una reunión en mitad de un bosque? Vale, es Halloween, pero el diálogo con el tal Jake era de lo más siniestro. Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando el teléfono comienza a sonar.

-Dime, Helen.
-¡Tienes que encontrarla!
-Y ¿qué crees que estoy haciendo?
-Date prisa, Sally está metida en un buen lío.
-Explícate.
-¡Son una secta! –mis peores temores se hacen realidad con mayor rapidez de la esperada. Helen continúa gritando desde el otro lado- ¿Estás en el bosque?
-Claro.
-Tienes que buscar una cabaña roja. ¡Ahí es donde se reúnen!
El sonido se entrecorta, a duras penas he conseguido descifrar las palabras de mi mujer.
-Vale, voy a por ella.
-Oye…
-¿Sí?
-Haz lo que sea necesario, tráela de vuelta.

Venga, tengo que darme prisa. Una secta. ¡Una secta! Sí, desde luego que ese Nate es un buen chico. Decido volver atrás hasta el punto en el que he visto la última señal. Era un árbol en el que había varias, y una de ellas era una casa con un círculo rojo en su interior. Tras la llamada de Helen, esa imagen cobra sentido. Cinco minutos de carrera, y vuelvo a localizar el roble. Inmediatamente debajo de la casa hay una flecha a la derecha, y ese es el camino que tomo, con brío, despegando las piernas del suelo al correr, atento a todo cuanto sucede a mi alrededor. La vida de mi hija va en ello.
Tras un par de minutos, escucho un grito a lo lejos. Un grito potente, proferido por varias personas, por un grupo. Avanzo agazapado en su dirección, y la penumbra de la noche se ve perturbada por una gran luminosidad. Alcanzo un claro, y cuando llego al límite del bosque, aguardo y observo.
Una inmensa hoguera preside la escena, y no menos de veinte personas danzan en torno a ella. Es imposible distinguir a mi hija entre el grupo, pues están muy lejos y todos visten la misma túnica. Es el momento clave. ¿Llamo a la policía? ¿Cuánto pueden tardar en llegar? Dos horas como poco, y eso en caso de que se dignen a venir. No, esto lo resuelvo yo. Es hora de desempolvar la placa y el arma. Inconscientemente, noto cómo una sonrisa se dibuja en mi rostro.
Me fijo en el perímetro que rodea el claro, y veo que dos miembros de la secta están observando el bosque, buscando algo que no cuadre. Buscándome a mí. Cuando se distancian entre sí, es el momento de que uno de ellos me vea. Me abalanzo sobre él, tapo su boca y lo arrastro hasta que el bosque nos absorbe. En ese momento, tapo su boca con mi camiseta y ato al chico a un árbol, desnudo. Apenas tiene quince años, por Dios. Dejo que su túnica caiga alrededor de mi cuerpo, y ya estoy listo para unirme a la secta. Me asomo al claro y veo que el grupo se dispersa, es el momento perfecto para confundirme entre ellos. Cuando creo haberme internado en sus filas sin levantar sospechas, noto que una mano agarra mi brazo.

-¿Dónde has ido? –pregunta un desconocido.
-Eh, no podía aguantarme –sonrío y señalo hacia abajo, entre mis piernas-. Mi vejiga tiene un límite.

La sonrisa que el desconocido me devuelve me indica que se lo ha creído. Me afano en buscar a Sally, miro entre los rostros que me rodean, pero no la veo. Chicos, chicas, ninguno de ellos supera la veintena, por descontado. Quien orqueste esta secta merece el peor de los destinos. De repente, descubro una cara familiar. ¡Nate, El buen chico! Siento cómo la ira asciende por mi cuerpo, y avanzo con decisión hacia él. Cuando estoy a apenas diez metros, mi rostro empieza a mudarse en rabia, pero por el rabillo del ojo advierto una mesa, próxima a la hoguera, y sobre ella reposa un cuerpo tendido. No lleva túnica. Lleva unos vaqueros azules y un suéter pistacho. Mi niña.

-¡Sally! –corro hacia ella, incapaz de controlar mis impulsos.
Acabo de ponerme en evidencia ante la secta. Todos se han girado hacia mí, que avanzo a grandes zancadas en dirección a Sally.
-¡Papá! –solloza ella- Sácame de aquí, por favor.

Comienzo a desatar las cuerdas que la sostienen, y cuando finalizo, la bajo de la mesa. Ambos nos giramos, dispuestos a correr, a escapar de la pesadilla. Sin embargo, la secta nos rodea y la proximidad del fuego nos abrasa. Abrazo a Sally.

-¡A por ellos! –oigo que alguien grita.


Siento miedo.