Agosto de 2021
Jordi jamás podría olvidar aquel
verano que pasó en Sevilla. Un mes de kilómetros en la caravana, sol, calor,
ríos y parques. Y fútbol, por supuesto. Se vio obligado a perderse el
campeonato veraniego de fútbol siete para alevines de Barcelona. No podría
estar con sus compañeros para reeditar el título del año anterior, lo que había
derivado en múltiples discusiones con sus padres.
Olvidado el cabreo, quiso
compensar los goles oficiales que no
podría marcar, de modo que, el primer día que aparcaron en aquel camping
sevillano, Jordi se marchó, balón en mano, en busca de otros chicos con quienes
confraternizar. Un profundo alivio le invadió cuando comprobó que no tendría
que hurgar para encontrarlos: dos equipos se enfrentaban en un campo de tierra
desigual, con piedras ejerciendo la función de portería.
«Cutre, pero me sirve».
La jugada terminó en gol, como
estaba cantado, momento que aprovechó para tratar de introducirse en aquel
grupo de jóvenes sedientos de barro y sudor.
Si algo quedó patente desde el
primer minuto, es que Jordi y Daniel, como así se llamaba el reciente goleador,
debían encabezar a los respectivos equipos. El talento de Jordi quedó patente
desde que sus flamantes zapatillas nuevas comenzaron a ensuciarse sobre la
tierra sevillana. No le importó. Lo fundamental en aquellas tres horas que se
sucedieron, y en las cuatro semanas restantes, fue la diversión. Dani y él,
pese a que siempre jugaron el uno contra el otro, forjaron una amistad que
debería haberse quedado en algo pasajero, pero no fue el caso.
Lo importante no eran los goles.
Mayo de 2022
—Lo único importante son los
goles —insistió el entrenador.
El nerviosismo envolvía a Jordi
en el preámbulo del partido más importante de su vida. Se trataba de la final
del Campeonato de España de Selecciones Autonómicas sub-14. No era la primera ocasión
para Catalunya, aunque sí para él. Pese a erigirse como el chico más joven del
equipo, era el máximo goleador, así como el buque insignia de los catalanes. El
ascenso hacia el olimpo futbolístico comenzaba ahí, y él lo sabía.
Por si las emociones se quedasen
escasas, el equipo rival no era otro que Andalucía, con su amigo Daniel en la
misma situación. Más pronunciada incluso había sido la curva de progresión
realizada por el andaluz, puesto que cuando se conocieron, el año anterior, ni
siquiera jugaba al fútbol más que en pachangas de barrio. Recordó el momento en
el que él mismo animó al chico a adentrarse en el mundo del fútbol de alta
competición.
«Anímate, tienes un gran futuro
por delante».
Comprobó el peso de sus propias
palabras, puesto que su amigo y rival representaba el principal obstáculo para
ser campeón de España.
Ahí fue cuando cometió su mayor
error.
—Todavía en la siesta, ¿eh, miarma?
El comentario de superioridad
provocó una mueca en Daniel. No se molestó, de eso estaba seguro. Más bien, acababa
de espolear a su amigo, había provocado que ser revolviera, despertando su
espíritu combativo. Siempre se lo había dicho: «lo que realmente te falta es
una meta que cumplir», y el propio Jordi se la había entregado.
Cualquier atisbo de dominio
catalán se evaporó después de marcar el gol. Los andaluces, Dani a la cabeza,
comenzaron a atacar con feroces oleadas, y en menos de cinco minutos ya habían
obtenido el empate. Jordi se temió lo peor, y aunque trató de revertir la
situación, vio cómo su equipo se veía desbordado ante el juego fluido y
desenfadado de sus rivales.
Tres goles recibieron, y los tres
llevaron la firma de Daniel.
El abrazo que les unió tras el
pitido final le supo amargo como la hiel, y aunque sabía que su amistad no se
vería resentida aquella noche, también fue consciente de que tenía ante sí a un
chico capaz de marcar una época.
Jordi había creado un monstruo.
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