lunes, 26 de octubre de 2020

Domingo

             Agosto de 2021

Jordi jamás podría olvidar aquel verano que pasó en Sevilla. Un mes de kilómetros en la caravana, sol, calor, ríos y parques. Y fútbol, por supuesto. Se vio obligado a perderse el campeonato veraniego de fútbol siete para alevines de Barcelona. No podría estar con sus compañeros para reeditar el título del año anterior, lo que había derivado en múltiples discusiones con sus padres.

Olvidado el cabreo, quiso compensar los goles oficiales que no podría marcar, de modo que, el primer día que aparcaron en aquel camping sevillano, Jordi se marchó, balón en mano, en busca de otros chicos con quienes confraternizar. Un profundo alivio le invadió cuando comprobó que no tendría que hurgar para encontrarlos: dos equipos se enfrentaban en un campo de tierra desigual, con piedras ejerciendo la función de portería.

«Cutre, pero me sirve».

    Tuvo que esperar unos minutos, puesto que los chicos se encontraban totalmente evadidos de cuanto les rodeaba, una sensación que Jordi conocía bien. Aprovechó ese impás para analizar a los que esperaba fueran sus próximos compañeros y rivales. En ese partido, dominaba la anarquía. Era algo habitual cuando el nivel de juego no es elevado, y se vio obligado a sonreír como acto reflejo. Sí, se sintió superior. El balón era un trozo de cuero desgastado, despeluchado, que parecía querer huir de semejante batalla campal, horrorizado ante lo que, por momentos, resultaba un esperpento. Sin embargo, no tardó en darse cuenta de que había alguien que desentonaba en aquel cuadro de Picasso. Un chico que había pasado inadvertido ante sus ojos hasta ese momento, pero que lo cambió todo al entrar en contacto con el balón. Recibió en la zona defensiva y comenzó a driblar. Uno, dos y hasta tres jugadores quedaron tendidos en el suelo después del eslálom realizado. Jordi volvió a sonreír, en esta ocasión al haber descubierto un reto que superar.

La jugada terminó en gol, como estaba cantado, momento que aprovechó para tratar de introducirse en aquel grupo de jóvenes sedientos de barro y sudor.

Si algo quedó patente desde el primer minuto, es que Jordi y Daniel, como así se llamaba el reciente goleador, debían encabezar a los respectivos equipos. El talento de Jordi quedó patente desde que sus flamantes zapatillas nuevas comenzaron a ensuciarse sobre la tierra sevillana. No le importó. Lo fundamental en aquellas tres horas que se sucedieron, y en las cuatro semanas restantes, fue la diversión. Dani y él, pese a que siempre jugaron el uno contra el otro, forjaron una amistad que debería haberse quedado en algo pasajero, pero no fue el caso.

Lo importante no eran los goles.

Mayo de 2022

—Lo único importante son los goles —insistió el entrenador.

El nerviosismo envolvía a Jordi en el preámbulo del partido más importante de su vida. Se trataba de la final del Campeonato de España de Selecciones Autonómicas sub-14. No era la primera ocasión para Catalunya, aunque sí para él. Pese a erigirse como el chico más joven del equipo, era el máximo goleador, así como el buque insignia de los catalanes. El ascenso hacia el olimpo futbolístico comenzaba ahí, y él lo sabía.

Por si las emociones se quedasen escasas, el equipo rival no era otro que Andalucía, con su amigo Daniel en la misma situación. Más pronunciada incluso había sido la curva de progresión realizada por el andaluz, puesto que cuando se conocieron, el año anterior, ni siquiera jugaba al fútbol más que en pachangas de barrio. Recordó el momento en el que él mismo animó al chico a adentrarse en el mundo del fútbol de alta competición.

«Anímate, tienes un gran futuro por delante».

Comprobó el peso de sus propias palabras, puesto que su amigo y rival representaba el principal obstáculo para ser campeón de España.

    En cuanto se diluyeron las ondas acústicas del silbido inicial, los nervios se esfumaron. Su equipo comenzó con una fuerza inusitada, con un ímpetu desbocado, y los primeros quince minutos del encuentro se marcharon entre acometidas en forma de fútbol, que arrinconaban a los andaluces, ocasión tras ocasión. No podía ser de otra forma, y el cántaro se rompió. Las bandas catalanas eran puñales para las defensas andaluzas, Jordi consiguió rematar de cabeza uno de los precisos centros que sus compañeros le enviaban desde los costados. 1-0.

Ahí fue cuando cometió su mayor error.

—Todavía en la siesta, ¿eh, miarma?

El comentario de superioridad provocó una mueca en Daniel. No se molestó, de eso estaba seguro. Más bien, acababa de espolear a su amigo, había provocado que ser revolviera, despertando su espíritu combativo. Siempre se lo había dicho: «lo que realmente te falta es una meta que cumplir», y el propio Jordi se la había entregado.

Cualquier atisbo de dominio catalán se evaporó después de marcar el gol. Los andaluces, Dani a la cabeza, comenzaron a atacar con feroces oleadas, y en menos de cinco minutos ya habían obtenido el empate. Jordi se temió lo peor, y aunque trató de revertir la situación, vio cómo su equipo se veía desbordado ante el juego fluido y desenfadado de sus rivales.

Tres goles recibieron, y los tres llevaron la firma de Daniel.

El abrazo que les unió tras el pitido final le supo amargo como la hiel, y aunque sabía que su amistad no se vería resentida aquella noche, también fue consciente de que tenía ante sí a un chico capaz de marcar una época.

Jordi había creado un monstruo.

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