Día 1
Malai estaba asustada. Sentada en
la tierra húmeda, abrazaba sus piernas en posición de indefensión. En
ocasiones, se atrevía a asomar de forma tímida sus ojos, que intentaban, en
vano, distinguir alguna figura diferente a la de sus compañeras. La oscuridad
era total, y solamente se escuchaba el murmullo del agua corriendo de un lado a
otro, y algún grito histérico de sus amigas. La entrenadora trataba de
calmarlas con palabras suaves cargadas de un sosiego que ni ella misma se
creía. Habían quedado atrapadas en aquella cueva angosta que Malai nunca había
tenido intención de visitar.
*****
El equipo de fútbol femenino
había desaparecido. Esa era la primera conclusión a la que se había llegado.
Nadie sabía en qué lugar, hasta que los servicios de rescate fueron informados
de la excursión programada para visitar la cueva Tham Luang. El diluvio ocasionado
por el monzón dificultaba una pronta salvación, incluso aunque la ubicación
fuese halagüeña, pero es que la cueva podría haber sepultado a las chicas en
caso de que allí se encontrasen. El equipo de socorro halló las bicicleras de
las niñas apostadas en la entrada de la gruta, certificando los peores temores.
Día 4
Tenía hambre. Toneladas de
hambre. Tanta que el rugido de sus tripas, por ensordecedor, se había
convertido en mudo. Los llantos aislados del resto de niñas pasaban
inadvertidos y la entrenadora, abatida, esgrimía cada vez menos y peores
motivos para tratar de levantarles el ánimo. Horas de silencio se combinaban
con episodios de sollozos aunados, como si de una manada de lobos se tratase.
Habían comprobado que todo intento de escape por su propia cuenta era en vano,
e incluso podría provocar desprendimientos que las terminasen de sentenciar.
La gran pregunta que debían
hacerse era: «¿hay alguien buscándonos?»
*****
El teléfono sonó. Debía viajar a
Tailandia. ESA, y no otra, era la misión por la que él se formó como buzo de
salvación. Con preocupación por tal empresa, pero con una sonrisa boba
formándosele en los labios, Jason empaquetó lo justo y necesario para realizar
un viaje de doce horas.
Día 10
El grupo que creía conocer la
debilidad supo lo equivocado que había estado cuando transcurrieron diez días
sin más alimento que el que, por fortuna divina, llevaban consigo en el momento
de la excursión. Malai agradeció haber cargado más de la cuenta, aunque tuviera
que compartir con las compañeras que no habían sido tan previsoras. El nivel de
agua seguía descendiendo, pero por mucho que se secase la cueva, las piezas
desprendidas por la Madre Naturaleza no volverían a su lugar original. No había
salida.
La pobre Kulap parecía haber
enfermado. La fiebre, la más inseparable de sus compañeras, y copaba el centro
de la atención de la entrenadora. El ánimo era desolador, y varias de ellas,
Malai incluida, daban por sentado que su destino no era otro que la muerte.
¿Qué estarían haciendo sus padres? ¿Removerían cielo y tierra para dar con
ella? ¿O, por el contrario, coincidirían en el fatídico final que le aguardaba
a la vuelta de la esquina?
El único aspecto positivo de
semejante viaje al infierno era que, debido a la falta de vigor, sus sueños
intranquilos eran más asiduos, quemando con mayor rapidez las etapas hasta el
punto y final de su vida.
El delirio de Malai era tal que,
incluso, creyó escuchar una voz lejana que acudía en su ayuda.
*****
—¡Las tenemos! —aulló Jason,
eufórico— ¡Las hemos encontrado!
La confusión reinaba en el grupo
de chicas. El éxtasis era absoluto, pero debían mostrarse comedidos. Haberlas
encontrado no era lo mismo que haberlas rescatado. Los niveles de agua
generados por el monzón eran inmensos, y no existía un modo fácil de extraerlas
sin asumir determinados riesgos. Las salidas estaban inundadas.
Jason trató de explicárselo,
desde la distancia, y comprobó en primera persona cómo el rostro confuso se
convertía en jubiloso con la noticia del rescate, para después volver a la
desilusión cuando fueron informadas de que, con toda probabilidad, tardarían
días en poder salir de la cueva.
Día 16
Al menos, estaban alimentadas.
Malai siempre se había
considerado una niña paciente, comprensiva y que empatizaba con quien tenía
frente a sí, pero no alcanzaba a comprender cómo era posible que tanta gente
trabajase para rescatarlas y que casi se hubiera cumplido una semana sin que lo
consiguieran.
La comida propiciaba que el ánimo
fuera mucho más positivo que en días anteriores, por supuesto. La persona que
estaba en permanente contacto con ellas se había atrevido a deslizar que ese
mismo día podría ser en el que algunas de ellas abandonasen el infierno de Tham
Luang. El brillo en los ojos de las chicas, solo de pensar en volver a abrazar
a sus familias, iluminó aquella angosta cueva.
*****
Trece buzos se internaron en la
cueva, para trece chicas que debían salvar. De las condiciones que se
encontrasen dependería el tiempo y la dificultad para su salvación. Eran cuatro
los kilómetros de recorrido hasta alcanzar a las niñas. Cada buzo guiaría a su
acompañante con el único objetivo de poner fin a una aventura que nadie querría
haber vivido.
NOTA: este relato
está inspirado en la historia real vivida por un equipo de fútbol juvenil en
Tailandia. El único dato ficticio es el género de los chicos, modificado por
petición* de la persona a quien va dirigido el relato, así como el nombre del
buzo británico.
Los
chicos fueron rescatados entre los días 16 y 18 desde que el grupo quedó
atrapado.
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