lunes, 24 de junio de 2019

Relato: Cumpleaños (in)feliz


Siento deciros que este relato no es inédito. No, os lo estoy entregando de segunda mano, porque se publicó en exclusiva para celebrar el aniversario de El libro en el bolsillo, así que he dejado unos días de cortesía, y ahora os lo comparto por aquí. Espero que os guste y que me dejéis una opinión ahí abajo.

Cumpleaños (in)feliz



Lunes, 6 de agosto de 1945

La tarta contaba con unos detalles de lo más cuidados. Se había fabricado de forma totalmente casera, y Kenji recordaba con nitidez cómo la pastelera lucía un delantal salpicado de infinidad de trazas de chocolate, nata y demás elementos de repostería. Sonrió al entregarle un ejemplar impoluto, sin una línea más allá que la otra, y con un aspecto delicioso. Salió a la calle y un Sol de inclemencia máxima le abordó, prometiéndole un día perfecto para festejar el cumpleaños de Yung. El clima había sido bondadoso por primera vez en las últimas jornadas, y agradeció este gesto del destino en una fecha tan señalada. Estaba prohibida toda alimentación que se saliese de lo racionado, pero fue capaz de lograr una excepción para su amigo. Estaba orgulloso de haber sido bendecido con semejante oportunidad.
Un par de horas más tarde, el rostro de Yung reposaba sobre la tarta, totalmente impregnado de esquirlas de bizcocho y chocolate. El pastel se había echado ineludiblemente a perder, como también la vida del hombre que había nacido en ese mismo día, veintisiete años atrás. Por el suelo permanecía, desparramado, el resto de la tarta, así como todo el mobiliario del local y los regalos inservibles. El resto de compañeros también había dicho adiós a la vida con la estruendosa detonación. Parecía que el mundo se hubiese terminado, que el universo entero se hubiese volcado.
Kenji tardó un periodo indeterminado en poder reaccionar. Tenía parte de un mueble destrozado que oprimía su pecho, aplastando su cuerpo y obligándole a mantener una posición antinatural. El cuchillo que estaba predestinado a dividir la tarta en pequeñas porciones le había atravesado la pierna izquierda. Un hilillo de sangre resbalaba por el pantalón militar, descendía por el tejido marrón para acabar goteando sobre el suelo. Kenji no podía dejar de emitir un sollozo lastimero a causa del dolor desgarrador que sentía, pero aun así, estaba tratando de alzarse. Necesitaba comprobar si alguien más había sobrevivido.
Con un esfuerzo sobrehumano, y agarrándose de lo que encontró a su paso, dio varios pasos quejumbrosos hasta que alcanzó el ventanal que había explosionado. Una gran hilera de cristales amenazantes era todo lo que quedaba de él. A lo lejos, observó una gigantesca humareda que le decía con hechos, y no con palabras, que todavía podía sentirse afortunado de no residir en el centro de la ciudad. Ese día que había amanecido inmejorable para un festejo excepcional, se había convertido, antes de las nueve de la mañana, en una pesadilla de la que jamás podría recomponerse.
Miró a su alrededor: además del de Yung, los cuerpos de Niki y Manzo eran otras pruebas evidentes del horror que allí se había vivido.

—Y ¿por qué yo sigo vivo?

Contempló el gran cuchillo que permanecía impasible en su pierna. Por un momento, prestando atención al inmenso dolor de su corazón, había olvidado ese otro más evidente, el físico. Agarró la empuñadura de madera y tiró de ella con un gesto rápido, brusco. Apenas pudo contener un grito suplicante. Con lo que sus ojos habían visto en los últimos minutos había tenido suficiente. Sintió que sus fuerzas flaqueaban, estaba próximo a desmayarse. Alzó el brazo derecho y acercó el filo despiadado, frío e implacable a su cuello. Tenía que hacerlo. Ya no había nada por lo que luchar.
Perdió el conocimiento en un momento indeterminado, ignorante de si las fuerzas se habían escapado por un desmayo, o porque finalmente había logrado su propósito. A las 9:13 de la mañana, el telón de Hiroshima se cerró para él.

Martes, 6 de agosto de 1963

Kenji avanzó raudo, imprimiendo un punto más de rapidez a la silla a la que llamaba piernas. Adoraba sentir el golpe del viento en su rostro, ser el primero en alcanzar la meta, la simple sensación de sentirse vivo. Agradecía, cada día y con cada vuelta que daban las ruedas, el haber caído desmayado en esa negra jornada vivida dieciocho años atrás. Lo que presenció en aquel angustioso episodio era historia viva de la humanidad, y le dolía tanto recordarlo que quiso, desde el momento en que se vio postrado en aquel camastro de hospital,  aprovechar la segunda oportunidad que la vida le tenía preparada.
Quería hacerle ver al mundo que él no iba a ser otro veterano de guerra al que compadecer.
Quería demostrar que, aun en la peor de las situaciones, siempre había una escapatoria, un camino por el que reconducir una vida hecha pedazos.
Kenji atravesó la línea de meta y sintió cómo la suave cinta se rompía bajo su pecho.
Había ganado la carrera.
Pero el día que realmente había ganado fue el día que creyó que su vida debía acabar.

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