martes, 20 de octubre de 2020

Milagros

         La mujer encendió el televisor, hastiada ante lo que sabía que encontraría. Aunque llevaba años devorándolos, los programas del corazón cada vez le decían menos. Cansada de los comentarios de sus hijos, finalmente terminaría por darles la razón en que resultaban una patraña. Siempre el mismo mensaje vomitivo, solamente cambiaban los personajes.

Las series que veía a diario ya estaban consumidas, y su jubilación después de cuarenta y cinco años de enseñanza a niños pequeños le dejaba mucho tiempo libre para otros quehaceres. En aquel momento, zapeó de forma aleatoria. Saltó varios canales, y no fue hasta que dio la vuelta al dial cuando reparó que sí había algo que podía interesarle.


        Era una conferencia política. También vomitiva, sí, pero el hablar melodioso de quien se erguía ante el micrófono captó su atención. Un candidato bien escogido, sí, se dijo. Hablaba sobre dar un vuelco al sistema actual. Rompía con el molde habitual, pero siempre dentro del marco constitucional.

Milagros quedó hipnotizada ante el discurso del candidato de aquel partido político recién inaugurado, que tantas cosas prometía, y tantas buenas intenciones cargaba sobre la espalda. Como todos al principio. Todos los jóvenes políticos comenzaban con los mismos pasos convencidos, henchidos por su integridad, impolutos al no conocerse todavía sus trapos sucios.

El caso es que el porte de aquel hombre, sus gestos e incluso alguna de sus palabras llamaban a la puerta del recuerdo. Supuso que se trataría de anteriores mítines, en los que no había terminado de prestarle atención.

Comenzó a recoger la mesa, puesto que la pereza la había llevado a dejar los platos y cubiertos sucios tendidos sobre el mantel. Las viejas costumbres, en ocasiones, perdían vigor con el transcurso de los años. Recordó los hábitos que impartía a sus niños al comienzo de cada clase:

Colgamos el abrigo en la percha. Sacamos el estuche de la mochila y lo colocamos sobre la mesa. Lápices, bolígrafos, goma de borrar y pinturas para dibujar. Todo ordenado.

Comprobó que ella misma, con el paso del tiempo, se dejaba llevar por la incorrección. Sonrió para sí. Si no me dejo llevar ahora, ¿cuándo lo haré?

Su mente, sin embargo, se había quedado en los recuerdos. Evocó aquellas mañanas de risas y aprendizajes, de regañinas y puntuaciones. Efectuó un rápido repaso por los niños que más se habían acercado a su corazón: Cynthia, aquella sabelotodo que nunca quedaba satisfecha. Félix, el granuja que, a pesar de todo, era un trozo de pan. Rocío, que demostró fortaleza pese a las penurias de su infancia. Carlos, que casi era capaz de convencerla a ella misma de que lo que explicaba no era correcto. ¿Carlos…?

Sin saber cómo, volvió a prestar atención a la televisión.

…y así es como quiero conseguir llevar a nuestra sociedad a las cotas más altas en educación, ciencia y bienestar. Cuando era pequeño, la maestra de mi escuela decía: «podrás ser más listo o más tonto, más guapo o más feo, más o menos trabajador, pero lo único que siempre estará en tu mano es convertirte en una persona honrada y bondadosa». Bien, Milagros, si me estás viendo, quiero demostrar que de verdad me he convertido en esa persona. Quiero conseguir que nuestro país evolucione cada día…

El rostro de la maestra estaba ocupado por las lágrimas. En una época en la que la enseñanza se veía puesta en duda día tras día, aquella simple frase le demostró que toda una carrera de paciencia y búsqueda de un mundo mejor, había dado resultado.

1 comentario:

Milagros dijo...

Me gustó mucho tu relato.
Ojalá pudiera comprobar que mis enseñanzas han servido para bien con todos mis alumnos/as.
Muchos sé que si, porque los he seguido viendo.
Pero tu relato, es muy entrañable.
Te quiero, hijo.