El baloncesto tiene un algo que hace que cada décima de segundo
pueda merecer la pena. Hay momentos, días o etapas que sabes que la van a
merecer. Cuando un equipo se convierte en dominador, se advierte desde la
propia confección del mismo. Cuando se enfrentan los dos combinados favoritos,
sabes que, con toda probabilidad, aguarda una noche maravillosa. Cuando te
alzas con un campeonato de la NBA, es el instante de mayor grandeza de este
deporte.
Yo nunca he sido una estrella; de
hecho, promedié no más de siete puntos por partido en la mejor liga
baloncestística del mundo, y sin embargo, tuve ese algo que me hizo pasar a la historia. ¿Lugar indicado, momento,
apropiado? Probablemente, pero también horas y horas de esfuerzo, entrenamiento
y dedicación.
Siete puntos por partido, para
siete anillos de campeón, siendo el jugador con más en la historia, si nos
olvidásemos de aquellos Celtics de los 50-60 que lo ganaron todo. En alguno de
esos anillos he tenido menos importancia, pero en otros he tenido la suerte de
aportar en los momentos cumbre. Si me preguntas mi favorito, siempre será aquel
quinto partido en 2005.
Jugábamos contra la reedición de
aquellos Bad Boys que dieron fama a Detroit, vigentes campeones después de
aplastar a Los Ángeles Lakers de Kobe Bryant. La serie, igualada 2-2. Hay una
estadística que dice que, en una serie empatada a dos, quien vence el quinto
partido, se lleva la eliminatoria el 82% de las veces.
La parábola descrita fue
impresionante, tanto que crees imposible que esa esfera tan grande pueda hallar
el hueco exacto hacia el que has lanzado. Hay tantas posibilidades de que no
ocurra, y tan pocas de enhebrar el hilo en esa aguja, que recuerdo cómo cierta
desazón me invadió antes de tiempo.
Robert Horry, for three! Oh! Only
one!
Narración original NBA.
—…viviendo la final del curso
baloncestístico 2004-05… Quinto partido, estamos en el Palace de Auburn Hills.
Balón, balón para Ginobili, Ginobili, Horry. ¡Ratatatatatatatatatatatatata!
¡Ratatatatatatatatatatatatata!
¡Ratatatatatatatatatatatatata!
¡Ratatatatatatatatatatatatata!
¡Ese extraño elemento llamado
Horry, Daimiel!
—Bueno, qué fácil es hacer la
pizarra, ¿no? con un jugador como este.
Narración Canal +.
Andrés Montes y Antoni Daimiel.
El emblema de aquel equipo era
Tim. Era Manu, y era Tony, y sin embargo, aquella noche del diecinueve de junio
de 2005, yo tuve mi momento.
*Discurso
ficticio del jugador de la NBA Robert Horry.
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