lunes, 24 de agosto de 2020

Reseña: Misery

Título de la obra: Misery
Autor: Stephen King
Género: Terror psicológico.
Páginas: 320
Sinopsis: Misery es un relato obsesivo que sólo podía escribir Stephen King. Un escritor sufre un grave accidente y recobra el conocimiento en una apartada casa en la que vive una misteriosa mujer, corpulenta y de extraño carácter. Se trata de una antigua enfermera, involucrada en varias muertes misteriosas ocurridas en diversos hospitales. Esta mujer es capaz de los mayores horrores, y el escritor, con las piernas rotas y entre terribles dolores, tiene que luchar por su vida.


No podía dejar que terminase agosto con solo una entrada en el blog, y le damos carpetazo al mes que —a su vez— le da carpetazo al verano con la reseña de la novela que, al fin, me ha hecho disfrutar con mayúsculas a Stephen King.
Vamos con Misery.

Vamos a comenzar cronológicamente. He leído tres de sus obras. Mi primera incursión en el mundo de Stephen King fue con El misterio de Salem's Lot, una novela que me causó una impresión bastante buena. No sobresaliente, pero tratándose de la segunda novela del autor, me dejó una sensación bastante dulce.

Unos meses después, le llegó el momento a uno de sus libros fetiche, como es el casi de It (eso). Después de toda una infancia viendo la carátula del VHS acumulando polvo en el salón de casa de mis padres, después de años y años guardándole un profundo respeto a ese payaso, me atreví con la versión literaria, en la que tenía depositadas unas altas expectativas. Quizás fue ese el problema, que yo esperaba mucho. Es una novela muy encumbrada por sus fans, y ocurre mucho que, cuando la sombra de la fama se alarga tanto, el contenido real se diluye en determinados casos. No digo en ningún momento que sea una mala obra, pero 1.400 páginas de un libro que no te gusta se hacen largas. Tuvo tramos positivos, especialmente el inicio de la novela, pero no me gustó la resolución de la historia, y me parece que la mitad de la obra se podría haber evitado.

Han pasado unos cuantos años desde que It pasó por mis manos, y no sé cuál ha sido el motivo de, en cierto modo, evitar leerle. Tal vez se haya debido a no querer caer en más desengaños. Hay muchas de sus obras que quiero leer, como El pasillo de la muerte (La milla verde), El resplandor o tantas otras. También era el caso de Misery, que nos toca el terreno de la escritura. Después de varias gracias entre Armonía Hache y un servidor, le llegó el momento.

Misery nos introduce en la vida de Paul Sheldon, un escritor de éxito que sufre un accidente y es rescatado por Annie Wilkes, su admiradora número uno. Dicho así, no suena peligroso. El problema viene cuando esa admiradora no es una cualquiera. Annie retiene a Sheldon, gravemente herido, y utiliza sus recursos como antigua enfermera para drogarle y amortiguar el dolor del escritor. Paul es autor de la serie Misery, la que más fortuna y éxito le ha entregado, y la que en menos estima tiene él. Una serie que él ya ha cerrado, pero es un fin con el que su anfitriona no está conforme.

Hasta ahí puedo contar. No hay spoiler alguno, puesto que 1. Hablamos de una novela de 1987, 2. Lo que he narrado no es más que la superficie de la novela, y 3. Es casi más famosa la adaptación cinematográfica, de las más aclamadas, que la propia novela.

Misery es una novela de gran mérito por varias razones.
A quienes escribimos, nos toca un poco la fibra. Hay pensamientos y sentimientos de Pauls Sheldon que dan en el clavo, afirmaciones de esas en las que no caes hasta que las lees, y crea un cierto sentimiento de debate interno en nuestro propio ser que me ha parecido muy interesante.
Como me comentó Claudio Cerdán ayer mismo por Twitter, es imposible hacer más con tan pocos personajes (y emplazamientos, añadí yo). Hablamos de una novela en la que hay dos personajes principales y, a lo sumo, tres o cuatro MUY secundarios, que aparecen en uno o dos capítulos (de los más de cien) de la novela. Es un manuscrito que no se alarga en ningún momento, no se hace pesado y fluye por sí solo, y es algo digno de mencionar con tan pocos recursos.
La evolución de Paul Sheldon. Conocemos a un escritor aturdido en sus primeros episodios. Vemos cómo pasa de la sorpresa a la ansiedad, enfurecimiento, negación, sumisión. Descubrimos cuándo se quiere pasar de listo, cuando plantea estrategias. Le acompañamos cuando avanza, le vemos caer y sumirse en un pozo de tristeza. En definitiva, Sheldon viaja por una gran paleta de sentimientos, por un arco iris de sensaciones provocadas por una persona desequilibrada y capaz de cualquier cosa.
El personaje de Annie Wilkes es maravilloso (ya estoy deseando ver la película). Una mujer de la que nada se sabe, y la propia historia se encarga de ir desgranándote detalles que parecen simples, pero que te lo dicen todo. El conocer su pasado, y el saber cómo ha llegado hasta ese punto, es una de las claves de la novela.

No me quiero extender más, ya sabéis que me gustan las reseñas concisas en la mayoría de los casos. Solo quiero volver a mencionar que, después del batacazo que representó para mí It, Misery ha significado el renacer de Stephen King, y no tardaré en volver a leerle.

lunes, 3 de agosto de 2020

Relato: El surco de una lágrima


El día estaba mudando en rarezas. Una jornada que se presentaba como cualquier otra, con un guion prefijado y sin más sorpresas que un nubarrón que ponía en entredicho el veredicto meteorológico, había ido plagándose de sutiles detalles extraños que, aun dejándolos atrás después de unos minutos, quedaban agazapados en un pequeño rincón de su consciencia, aguardando el momento ideal para unirse al resto de piezas del rompecabezas.
«Primero fue el gato.»
Lorena vivía en Aínsa, una pintoresca localidad oscense a la que se había retirado cuando su cabeza no dio para más. El ajetreo de la ciudad, las idas y venidas, las prisas, el estar todo el día mirando el reloj. «No era para mí.» Decidió cambiar su vida de manera radical. Solicitó una excedencia en el hospital y estudió en tiempo récord aquello que tanto le había llamado la atención desde pequeña. De ser una médico reputada en su círculo laboral, se marchó al otro lado de la ecuación, para enfrentarse con los casos infructuosos de su anterior oficio. El caso es que, desde entonces, la paz interior que emergía desde lo más hondo de su alma merecía cualquiera de los sacrificios que había hecho.
«Lorena, el gato», se recordó.
Esa misma mañana, cuando abandonaba el pueblo, le invadió la congoja al ver el pequeño cuerpo de un gato tendido, aplastado sobre el asfalto aragonés. Por común que sea, a ella se le formaba un nudo en el corazón con cada episodio como aquel. Trató de esquivarlo, pero como se encontraba en el centro de la calzada, lo hizo dejando que el pequeño animal quedase entre las ruedas del coche. El problema surgió cuando, a escasos metros de alcanzarlo, el felino abrió los ojos de manera abrupta, alzando incluso la cabeza. El susto fue tal que Lorena giró el volante con brusquedad, provocando que los neumáticos chirriasen en su intento de esquivar al gato.
Detuvo el vehículo unos metros más adelante, y cuando se apeó del mismo, observó las estelas negruzcas que las ruedas habían dejado sobre el asfalto. El olor a goma quemada y a alquitrán recalentado ascendieron hasta adentrarse en sus cavidades olfativas, y Lorena, con el corazón galopando en el interior de su pecho, avanzó de forma cautelosa hacia el animal, que permanecía tumbado de espaldas a ella. A medida que progresaba, distinguió los detalles atigrados en un pelaje envejecido, ensuciado por la intemperie y la crueldad de no tener un techo bajo el que dormir. Las manchas rojizas, casi marrones, evidenciaban que, una vez descartada la muerte, el felino estaba herido de gravedad. Sin embargo, cuando le rodeó y colocó su mirada frente a la ajena, la vida no formaba parte de aquel organismo.
«¿Acaba de morir ahora? ¿Lo he matado yo del susto? O ¿acaso me lo estoy imaginando todo?»
Para confirmar sus sospechas, Lorena zarandeó de forma suave el torso del gato, cuya reacción, pese a ser esperada, no llegó. Se apreciaban varias heridas en su pequeño cuerpo, e incluso una de ellas, abierta, mostraba un aspecto ciertamente sombrío. Su juicio le decía que aquella era la que había propiciado la defunción.
Confusa, pero sobre todo abatida, decidió marcharse, dejando en el aire aquel episodio desagradable. Susurró una dulce despedida hacia el desdichado, y le dedicó una última mirada cargada de compasión.

Entonces fue cuando abrió los ojos.
Dos esferas perfectas, circunferencias doradas con sendas rendijas negras, pupilas rasgadas que clamaban una explicación. Desorientado, el animal había vuelto a la vida, si es que esta le había abandonado en algún momento. Juzgó a Lorena durante un instante y se incorporó. Arqueó el cuerpo en señal de defensa, y el bufido agresivo que le envió sirvió como medio para mostrar su repulsa. El animal terminó huyendo, despavorido, renqueante a causa de las heridas que mudaban su pelaje.
El resto del trayecto resultó ciertamente incómodo. La música sonaba, pero las melodías centrifugadas de Los cuarenta principales le sonaban todavía más artificiales que de costumbre, y quedaron relegadas a un tercer plano. Masticó los kilómetros con desidia hacia la primera de sus dos paradas, y le pareció que la escena había conseguido también apagar los vivos colores de la naturaleza. Las hojas de los árboles fueron menos verdes; el azul del cielo se desvaneció, y el fulguroso amarillo del sol que había sustituido las nubes anteriores se mitigó como si se diluyera en el firmamento. Lorena no conseguía desviar el incidente de su cabeza, y alcanzó el hospital de Barbastro con el ánimo revuelto.
Se serenó de manera inconsciente cuando los detalles cotidianos emergieron en el momento de su acceso al ala donde Jorge permanecía ingresado. El traqueteo de la máquina de café, el sabor amargo de su espresso, los saludos anónimos del personal sanitario. Ya se había acostumbrado a las sonrisas compasivas de los trabajadores, transformando el sentimiento desde una insistente molestia hacia un lejano agradecimiento. Eran los seres humanos que velaban por su hermano y, con pena o sin ella, en la dulzura que les dedicaban no había lugar para la maldad.
Las palabras amortiguadas y los chirridos plastificados que los zuecos de goma producían en las baldosas de mármol se desvanecieron cuando Lorena cerró la puerta tras de sí. El ambiente era gélido, como siempre; el silencio, inquebrantable, como de costumbre, y se condenó a sí misma al sentir cierta paz en la seguridad de lo corriente. Sí, su alma se tranquilizó al comprobar que Jorge permanecía encamado y entubado, con una serena respiración como único signo vital.
Colgó el bolso del perchero y se arrellanó en el sillón destinado a los acompañantes, que velaba en permanente contacto con la cama del paciente. Agarró y acarició su mano, como hacía cada mañana bien temprano. Los quehaceres propios de la vida adulta imposibilitaban que Lorena le visitase en otro horario, y sonrió de forma melancólica al cerciorarse de que, nuevamente, el ajetreo de su existencia le impedía concentrarse en lo que quería. La intensidad de esa opresión había cedido unos pocos centímetros, y se consoló al decirse que se trataba de algo temporal.
La danza de los pájaros sobre el cielo a través del ventanal fue todo cuanto ocurrió en los veinte minutos que tenía dedicados a Jorge, y lo cierto es que esa quietud consiguió armonizarla de alguna forma. Se sintió renovada, y con fuerzas suficientes como para afrontar el resto del día. Contempló el último vuelo de los gorriones, ajenos a lo que fuera que ocupaba a los humanos, decenas de metros por debajo de ellos. Dos mundos paralelos, dos ecosistemas que respiraban el mismo aire y compartían el mismo lugar, pero cada uno con sus propias reglas.
Lorena ocupaba sus pensamientos en ese tipo de sandeces hasta que observó a un pequeño pájaro que se distanciaba de su bandada. Viró bruscamente el vuelo y se dirigió hacia la ventana, retando a su destino y surcando el cielo, encaminando su diminuta mirada hacia ella, hasta golpear con una violencia grotesca contra el cristal. El impacto sordo provocó que se irguiese, completamente horrorizada, observando cómo las plumas se dispersaban al otro lado del vidrio. Sin tiempo para reponerse, sintió que la presión en la mano de Jorge se incrementaba, primero un poco, después más, hasta que se vio obligada a soltarle por la amenaza de un dolor real.
De repente, se dio lugar a lo último que hubiera esperado que ocurriese en aquella habitación.
Jorge comenzó a murmurar, en sueños.

—Es [...]dad.
»[...]portunidad.
»Es mi opor[...].
»¡Es mi oportunidad!

Lorena salió corriendo de la habitación, en busca de una enfermera, un celador, un médico, alguien que pudiera ayudarla. Lo último que vio fue el torso de Jorge, incorporándose con un movimiento fatigado. No sabía cuánto de lo que había presenciado pertenecía a la realidad, cuánto a la ficción, y cuánto a un delirio con el que su propia imaginación se hubiese burlado de ella. Únicamente sabía que no era capaz de enfrentarse a ello sin ayuda. A unos pocos metros encontró a la enfermera que solía atenderla. No recordaba su nombre, aunque sí que era un clásico de la nomenclatura española: Carmen, María, Laura... Algo así. Lo mismo le daba en aquel momento. La mujer se encontraba con los antebrazos apoyados en la barra de recepción de la planta, compartiendo bromas con su compañera del otro lado.

—Perdone... —suplicó con un hilo de voz, y mayor paciencia de la que requería la situación— ¡Perdone!
—Sí, dime, cielo —respondió la mujer al comprobar la expresión de Lorena.
—¡Mi hermano! Ha despertado, está hablando.
—¡Eso es genial! Celia, avisa al doctor Báguena, que vaya corriendo a la ciento tres.

Carmen, María o Laura corrió con una agilidad inesperada hacia la habitación de Jorge, y Lorena, todavía aturdida, la siguió con zancadas aceleradas. Recorrieron los apenas cuarenta metros que les separaban del paciente, y por el lienzo de su cabeza, una vez relegado el miedo, se dibujó la posibilidad de que su hermano pudiera retomar la vida que tuvo, y ella con él. Volver a descubrir aquella sonrisa tierna que le dedicaba, aquel gesto fraternal que les unía, a pesar de todas las discusiones propias de su parentesco. El gesto embobado que se debió formar en su rostro se ensombreció al ver la expresión que le dirigía la enfermera, y se diluyó por completo cuando esta decidió hablar.

—¿Te parece bonito?
—¿Cómo? —preguntó Lorena cuando la alcanzó.
—No sé qué gracia le ves a bromear con este tipo de cosas.

Se asomó a través del marco de la puerta, y contempló la figura inerte de Jorge, tal y como le había encontrado a su llegada.
La cama, sin una sola arruga.
El cristal impoluto, sin una sola pluma de gorrión.

—Pero... ¡yo lo he visto! El pájaro... mi hermano...
—Déjalo, niña. Déjalo.

Las lágrimas afloraron en los ojos de Lorena cuando se quedó a solas en la habitación. Cayó de rodillas, impotente ante la engañifa a la que sus ojos la habían sometido. La montaña rusa de emociones a la que se había enfrentado en unas pocas horas representaba el mayor boicot que su propia mente le podía haber propuesto.
Parecía todo tan real.
Sin siquiera despedirse, deshizo el camino recorrido para volver a introducir su organismo autómata en el vehículo. Sus ojos vagaron sin rumbo, abandonados a un limbo de pensamientos que carecían por completo de sentido. Permaneció unos minutos en el aparcamiento, aferrando el volante con una fuerza innecesaria. Sopesó la posibilidad de marcharse a casa, de dar por finalizada una jornada que había alzado la amargura por bandera.
Denegó, cabeceando hacia ambos lados. La obligación perseveró, una vez más, y Lorena no se iba a rendir a la primera de cambio. Esta vez no. Las agujas artificiales de su reloj digital le indicaron que llegaba tarde, y decenas de personas serían las perjudicadas por semejante contratiempo. Decidió dejarse de plañidos y viajar hasta el lugar en el que en realidad se sentía viva.
Aparcó el coche sin mayores alardes y se internó en las instalaciones. Saludó de manera escueta, contradiciendo lo habitual, y después de dejar las pertenencias en su taquilla, accedió a la sala que representaba su segundo hogar desde un año atrás. El único lugar en el que disfrutaba creando una especie de arte, dando un final digno a las personas que lo requerían. Desenrolló la funda en la que permanecían los pinceles y echó un vistazo a la paleta de colores que aguardaba, paciente, a la oportunidad de crear una nueva vida.
Cuando decidió arrojar su anterior vida a la basura para afrontar una nueva, muchos la tildaron de loca. Pero recordaría de por vida la expresión de asombro, con un extra de decepción, de su madre cuando le dijo que iba a realizar el curso de tanatoestética.

—¿Vas a pasar de salvar vidas a pintarle la cara a los muertos? —le reprochó sin un ápice de empatía.
—Esos muertos tienen familiares que los quieren ver tal y como eran —explicó ella, gastando sus últimas reservas de paciencia—. Esos muertos se merecen la oportunidad de despedirse de nosotros con dignidad.
—Si quieres tirar todo lo que has hecho en casi cuarenta años por la borda, hazlo.
—Gracias por la comprensión, mamá.

Habían transcurrido meses sin que Lorena cruzase más de dos frases con su madre. El orgullo de ambas lo impedía, y solo intercambiaron un par de telefonazos para discutir acerca de las visitas a Jorge.
Decidió dejar a un lado a la mujer que la trajo al mundo, y concentrarse en lo que la esperaba. Lo primero que vio, como con cada caso, fueron los pies descalzos. Le gustaba imaginarse cómo sería esa persona solo con ver los dedos desnudos desde la lejanía. Parecían de mujer. Avanzó con celeridad, puesto que contaba con menos tiempo de habitual, y se sorprendió al observar el rostro del cadáver: era un perfil muy semejante al suyo.
Mujer, que rondaría la cuarentena, debía medir alrededor de un metro setenta centímetros, y coqueteaba con los cincuenta kilos. Su nombre, tal y como había leído en el informe, era Lidia. Aun con a la defunción, se dijo que era bella, y es que los rasgos dulces y redondeados permanecían vigentes a pesar de la rigidez cadavérica. No tendría mucho trabajo con ella, puesto que no se apreciaban marcas que cubrir y el tono de piel era cercano al habitual. Le inquietó profundamente qué le habría ocurrido a esa mujer. Contempló su rostro, y en las comisuras de los ojos parecía intuirse el surco de unas viejas lágrimas. No pudo evitar que los suyos se humedecieran también. El pelo, con un tinte rubio bien enmascarado, al igual que el propio, quedaba diseminado alrededor de su cabeza, repartido de forma equitativa en lo que se asemejaba a un aura angelical. Lorena solía dedicar unos minutos de observación con cada nuevo caso, en los que trataba de conocer, más bien fantasear, de forma silenciosa a quien debería entregar sus cuidados.
Escogió la base más suave de cuantas tenía a su disposición, y comenzó a rellenar el lienzo que tenía ante sí. La clave de la tanatoestética reside en transformar la muerte en vida, en naturalizar el apagado de un cuerpo, en evocar lo que esa persona fue. Una vez conseguido esto, las pinceladas finales solían correr a cargo de la familia, dando así el toque personal al difunto.
Lorena se enzarzó en un ir y venir de correctores, pinceles y polvos. Se concentró de tal manera que el resto de la sala dejó de existir. Ese instante representaba la calma absoluta para ella. Le recordaba a los episodios más trascendentales de una operación, en su anterior vida, solo que en casos como este no cabía la posibilidad de perder al sujeto. Se sorprendió a sí misma sacando la lengua en un gesto esforzado, un acto de concentración por encima de lo habitual. Solamente quedaba la suave sombra de ojos que la madre de la fallecida le había sugerido.
Concluyó con el izquierdo, pero se detuvo cuando iba a hacer lo propio con el derecho.
El globo ocular se movió por debajo del párpado.
Lorena abrió la boca, inmóvil ante lo que acababa de ver.
Lidia, por su parte, abrió los ojos.
El pincel cayó al suelo, y el discreto tintineo contra el mármol paso inadvertido para ambas.
Retrocedió, aterrorizada, y aumentó la velocidad cuando su acompañante alzó la cabeza, incorporándose, tal y como había hecho Jorge, un par de horas atrás.
Lorena continuó replegándose sin dar la espalda, a tal velocidad que alcanzó el otro extremo de la sala. Olvidó el extintor que aguardaba en aquella esquina, y golpeó su cabeza con él. Cayó al suelo, aturdida, y no pudo hacer nada al ver cómo aquella mole de metal caía sobre sí, engulléndola en una nube de tormento.
Apenas fue consciente, sumergida en el océano del desfallecimiento, de que el cadáver se había alzado, caminando en línea recta hacia ella.

*****

Cuando sus ojos se abrieron con esfuerzo, Lorena observó una cortina rosácea que cubría su vista. Trató de moverse, pero le fue imposible. Sus labios se abrieron para articular una queja, una sutil réplica, y sin embargo, no fue capaz de conseguir que el sonido abandonase la boca. El dolor de la cabeza se había amortiguado, y era apenas un recuerdo de lo ocurrido en el pasado.

—Ah, ¡ya estás conmigo!
Se trataba de Lidia. El cadáver lucía un aspecto espléndido, resplandecía alrededor de la estancia, y nadie hubiera dicho que unos minutos atrás había yacido sobre el frío metal que ahora la sostenía a ella.
»Voy a tener el detalle de contarte lo que ha ocurrido. ¿Quieres? —Trató de asentir aunque, nuevamente, fue incapaz. Creyó intuir que las lágrimas se asomaban al precipicio de sus ojos, y recordó cuando había observado esa misma expresión en los de Lidia.— No te esfuerces, es inútil. Bien, pues nadie lo sabe, pero hay un breve lapso, una vez cada cierto tiempo, en el que un alma perdida tiene la oportunidad de volver al circo de la vida. No tiene por qué ser un fallecido, aunque habitualmente lo es. Se tienen que dar varias circunstancias con las que no te voy a entretener; lo importante es que todas ellas se cumplido hoy, así que me he intercambiado por ti. No sabes lo agradecida que te estoy...

Lorena quiso abrir los ojos, chillar, pedir auxilio. Golpear, matar, lo que fuera necesario con tal de volver al punto exacto en el que aquella misma mañana había amanecido. No obstante, observó con impotencia como Lidia hacía su propio trabajo, cubriendo con una base demasiado oscura su rostro, y sombreando con un tono demasiado llamativo sus párpados.
Fue entonces cuando percibió el surco de una lágrima bajo sus ojos.

jueves, 30 de julio de 2020

Los ecos de la mente ¡en preventa!


Vamos quemando etapas, como un ciclista que ya intuye la meta en el horizonte.

Los ecos de la mente ya está en el horno, cociéndose a la temperatura adecuada para que llegue a nuestras manos en las mejores condiciones. Estoy emocionado con este lanzamiento, puesto que representa la primera ocasión en la que me siento acompañado en el viaje de una de mis creaciones al ver la luz. Recuerdo la salida de La deshonra de Mazzola y De postre, venganza. No era conocido (tampoco es que lo sea mucho ahora), y sus lecturas han ido surgiendo con el boca a boca de los pocos que apostasteis por mí desde el principio. Hoy, en vísperas de que mi tercera novela salga a la calle, me siento agradecido, me siento colmado. Y por eso, he querido volcar este sentimiento con una pequeña iniciativa que la gente de Twitter ya conocerá:


  • Quien compre Los ecos de la mente durante su preventa (+ una foto con el libro cuando lo reciba), tendrá un relato personalizado escrito por mí. Tú solo tendrás que decirme el género o la premisa principal, o lo que se te antoje. Máximo, mil palabras por relato.
  • Por parte de la editorial, la preventa incluye el envío gratuito + el ejemplar firmado.

Como penúltimo punto del día, os quiero compartir la sinopsis:


Barcelona, año 2046. La científica sueca Sigrid Ingersson presenta por todo lo alto el resultado de toda una vida de investigaciones. El MindRemover, un artefacto que es capaz de transferir la inteligencia de un ser humano hacia otro, como si de una transacción bancaria se tratase. Su invención pretende dar un vuelco a la sociedad, utilizándola como un nuevo medio de pago para las necesidades críticas estipuladas por su Tratado Universal.
Elisa Puga, la inspectora al cargo de las investigaciones sobre el afamado invento, se encuentra con una serie de cadáveres relacionados con el MindRemover. El camino de rosas que le habían prometido ha resultado estar plagado de espinas, y ahora debe resolver una ristra de asesinatos que se amontonan sobre su mesa de trabajo.
Con la Ciudad Condal como tablero de juego, las fichas dispuestas desafiarán el ingenio y el empeño de unas Fuerzas de Seguridad venidas a menos. Una situación que pasa inadvertida para el grueso de la humanidad, y que amenaza con convertirse en el paso previo a una sociedad apocalíptica.


Voy a cerrar esta breve entrada recordándoos que mañana viernes, 31 de julio y a las 18:30, tenemos la presentación de la novela en Instagram (@llordenbrota), dirigida por mi querida Armonía Hache.



Reseña: La imagen deformada


Título de la obra: La imagen deformada
Autor: Eduardo Blázquez
Editorial: Filantria
Género: Ficción literaria
Páginas: 323
Enlace de compra (Amazon)ebook (2,99€), papel (13,47€).
Sinopsis“No quiero estar aquí. Tampoco quería que ella eligiese el camino más fácil, pero supongo que alguien deja escrita cada línea de la vida y hoy, ocho de febrero de 2017, es ésta la que me toca ir pisando, en línea recta, sin posibilidad de abandonarla. O no…”
Mayo de 1995. Un hombre, denunciado por su expareja por malos tratos, es detenido y llevado a una evaluación forense. Aquí comienza su periplo buceando por su mente, vagando por sus recuerdos, tratando de descubrir en qué momento de su vida las cosas se empezaron a torcer para acabar siendo sometido a un examen psiquiátrico. Con la responsabilidad de no perder el contacto con la realidad, se perderá definitivamente en esos recuerdos que creía enterrados para siempre, a los cuales su instinto de supervivencia sacará a la luz para su propio detrimento. Porque realmente las cosas no siempre son lo que parecen, y porque a veces son exactamente eso, lo que parecen ser.
La imagen deformada es una historia dura, directa, y que trata de una forma muy real un tema sumamente delicado como es la violencia de género, expuesta desde el punto de vista del acusado, creando un universo paralelo que hará dudar al lector y que le llevará hasta los límites de su conciencia.
En el mundo de la literatura, hay historias que te hacen viajar. En mi última reseña viajamos hasta el Japón feudal, y en cada lectura puedes viajar a lugares y tiempos insondables antes de abrir las tapas del libro (o de darle al botón, si es en formato digital 😋). En la novela que hoy nos ocupa, el viaje no es terrenal, aunque sí vamos a realizar uno al pasado del protagonista. Visitaremos otras épocas de la cultura española (tampoco nos vamos a ir a la Guerra Civil, pero sí podremos comprobar cuánto hemos cambiado en menos de cuatro décadas), aunque lo más importante será el viaje espiritual a través de la mente del personaje principal.
Creo que esta no va a ser una reseña larga, porque La imagen deformada es una novela susceptible de ser destripada, un texto que, con un dato más de la cuenta, puede perder parte de su esencia, de forma que, en caso de duda, me lo voy a guardar para mí.
Conocí a Edu Blázquez a raíz de Twitter, al conocer también al Grupo Filantria y a Gonzalo y Silvia. Todo lo que he escuchado de sus dos obras es positivo, y llevaba tiempo queriendo contrastar esas críticas por mí mismo. Hay ocasiones en las que, de tanto escuchar lo bueno que es un libro (serie, película, grupo de música... aplicable en todo) amplificas el concepto que tienes sobre él, y llegada la hora de la verdad, una especie de decepción te embriaga al no recibir lo que habías esperado.
Pues, en una pequeña porción, me estaba ocurriendo eso con La imagen deformada (sigue leyendo, hasta el final). El manuscrito aborda la violencia de género y las relaciones sentimentales desde el punto de vista del hombre y sus desamores históricos. Dos relaciones sostenidas en el tiempo para dos finales infelices de nuestro protagonista. Eduardo nos va relatando, mediante saltos temporales, su trayectoria amorosa y laboral, desgranando matices que nos serán útiles en la conclusión de la novela. La lectura es fluida, ligera pero con descripciones amplias que te ubican a la perfección. Cometí el error de pensar que se trataba, simplemente, de un buen libro, no tanto como me habían dicho.
¿Sabes esas historias en las que no entiendes nada hasta que la trama hace clic en su desenlace? ¿Esas en las que sabes que te falta algo, y cuando llega, encaja a la perfección, redondeando la historia? Pues La imagen deformada le da una vuelta de tuerca a esta sensación, puesto que tú lees la novela creyendo que lo sabes todo, hasta que el zarpazo final te pone en tu sitio.

Eduardo Blázquez nos presenta una obra que invita a la reflexión y al debate. Un libro del que se puede hablar durante horas, simplemente jugando con las cartas que él ha repartido sobre la mesa. Una historia que pretende abrir (todavía más) los ojos de una sociedad que, en alguno de sus sectores, todavía se niega a hacerlo. La imagen deformada no es una novela donde vayas a ver paisajes maravillosos ni a vivir vidas fantasiosas, sino que es un libro que te va a adentrar en los parajes más inhóspitos del cerebro humano.

jueves, 16 de julio de 2020

Reseña: El guerrero a la sombra del cerezo

Título de la obra: El guerrero a la sombra del cerezo
Autor: David B. Gil
Editorial: Suma de letras.
Género: Novela histórica
Páginas: 736
Enlace de compra (Amazon): digital (4,74€), papel (9,45€)
Sinopsis: Japón, finales del siglo XVI. El país deja atrás la Era de los Estados en Guerra y se adentra en un titubeante periodo de paz. Entre las víctimas del largo conflicto se halla Seizo Ikeda, único superviviente del clan regente de la provincia de Izumo, huérfano a los nueve años tras el exterminio de su casa. Hostigado por los asesinos de su familia y condenado al destierro y al olvido, inicia un largo peregrinaje al amparo de Kenzaburo Arima, último samurái con vida del ejército de su padre, convertido ahora en su mentor.
En el otro extremo del país, Ekei Inafune, un médico repudiado por aplicar las artes aprendidas entre los bárbaros llegados de Occidente, se ve implicado en una conjura urdida a la sombra de los clanes más poderosos del país. Una conspiración capaz de acabar con el frágil periodo de calma que da comienzo.
Una novela cruda y bella, cargada de matices, que nos hace viajar a través de un Japón devastado por más de dos siglos de guerra, entre cuyas cenizas, sin embargo, florecen los más hermosos cerezos.


Reseña:
El vacío.
Ay, ese vacío que te deja una historia cuando ha danzado por tu cabeza durante semanas. Y ¿qué hago ahora con mi vida, si yo solo quiero dedicarla a ser un samurái por el resto de mis días?
En fin, que divago antes de la cuenta. Vamos a centrarnos.

Lo cierto es que necesitaba una novela como esta. Las pocas ocasiones en las que me he adentrado en la cultura oriental han sido, como mínimo, positivas. El lector de cadáveres, de Antonio Garrido, representó una gran piedra de toque para mí, y hay escenas de ese libro que todavía recuerdo con gran cariño. Las orquídeas rojas de Shangai, de la autora Juliette Morillot, me golpeó con su crudeza y me hizo viajar hacia los más oscuros rincones del ser humano. Y si no se me escapa ninguna, El guerrero a la sombra del cerezo significa para mí la tercera incursión en lecturas sobre cultura asiática. Un saco del que soy un absoluto ignorante, pero que cada vez me atrae más.

Si he de sincerarme, no sabía qué esperar de este libro. Las opiniones eran muy positivas, y lo poco que había seguido a David B. Gil en redes, ya fuera en forma de pequeños fragmentos de la novela, o citas reflejadas en la misma, me había llamado mucho la atención. Todo se disparó cuando el autor lanzó una oferta flash para comprar el libro en digital por un solo euro —ahora, habiendo leído la novela, me siento un estafador—. ¡Qué caro es leer, ¿eh?! Como era un título que seguía desde meses atrás, no me lo pensé y me hice con él.

Lo primero que debo decir sobre esta novela es el único aspecto negativo (a la par que inevitable) que he encontrado: la gran variedad de personajes y el largo recorrido de las tramas hacen que, en su inicio, tu cabeza confunda nombres y apellidos de los protagonistas, de los clanes, ríos o, incluso en casos de principiantes como yo, pueblos o ciudades. Una hilera de denominaciones que hacen que, hasta que no has avanzado en la trama, no te hagas definitivamente con el libro.


Sin embargo, animo fervientemente a que, cualquier persona que alcance este punto, no desfallezca, puesto que tiene entre sus manos y ante sus ojos una maravilla escrita. No me equivoco, y no dudo ni un solo instante en decir que El guerrero a la sombra del cerezo entra directo al Top 5 de mis libros favoritos.

La escritura utilizada por David es maravillosa. En todo momento te entrega los detalles necesarios para que te sientas parte del entorno. No te describe un objeto de más, ni uno de menos. La obra, en su totalidad, es un cúmulo de preciosas frases enlazadas que le dan sentido a las más de setecientas páginas del manuscrito.

Según avanzas por sus hojas, la novela da la sensación de tratarse de esa historia cuya trama, reposada, no alberga lugar para las sorpresas. No hay problema en ello, la verdad. Un argumento hermoso cuyo desenlace es el que esperas no tiene por qué decepcionar, pero es que tampoco es el caso del libro que hoy tratamos. En el tramo final del mismo, las sorpresas comienzan a sucederse, los acontecimientos se agolpan de manera progresiva, estudiada y encajando a la perfección con pequeños detalles que el autor nos había desgranado en momentos previos de la historia. No hay un plot twist final surgido de la nada, no hay una ambición incontrolable por sorprender al lector, sino que se trata de un vuelco estudiado, vertido con una naturalidad pasmosa para redondear el manuscrito, provocando que tu cabeza explote definitivamente.

Como habéis podido leer en la sinopsis, El guerrero a la sombra del cerezo nos ubica en un argumento que nos va a ser contado desde dos principales puntos de vista. Uno de los detalles que más me ha impresionado de la novela es la genuina profundidad de cada uno de sus personajes. Seizo y Ekei son los protagonistas, pero se podrían enumerar hasta veinte personajes que, al terminar el libro, tienen un peso fundamental en la trama. Cada uno con su propia personalidad, cada uno con sus aspiraciones, cada uno con un pasado plagado de sombras a su espalda.

La venganza y el honor, las urdimbres y maquinaciones, ocupan el foco de una historia que no tiene un solo pero. En cada una de sus páginas se puede paladear el agrio sabor del niño que debe convertirse en demonio para borrar los fantasmas de su pasado. En cierto modo, este aura me ha recordado a lo que yo mismo traté de plasmar en De postre, venganza, y su lectura no ha hecho más que colmarme y empequeñecerme a un tiempo.

El guerrero a la sombra del cerezo es un libro cuyo peso lo ocupa de igual manera el más grande de los daimios o el ronin más insignificante. Una novela donde se declaran guerras y se disfrutan calmados paseos por la ciudad de Fukui. Un relato en el que la paz y la meditación colman a sus protagonistas durante años, para más tarde ceder a una vorágine de asesinatos y traiciones.

No es necesario que os diga que, como hago con todo libro que me cautiva de verdad, acabaré comprándolo también en papel para que ocupe un lugar de verdadero honor en mi librería —y, de paso, dejo de sentirme un estafador :P—. En definitiva, si algo de todo esto, aunque sea lo más mínimo, ha captado tu atención, esta es una novela que no puedes dejar pasar.

lunes, 22 de junio de 2020

Reseña: La cama de ciprés

Traspasamos el ecuador de junio con una nueva reseña. Una bocanada de letras frescas de la mano de otro autor cuya pluma era totalmente nueva para mí. Hemos hablado en cantidad de ocasiones, y Vicente Blay es un escritor que siempre me ha infundido una confianza y un respeto inmensos. Tenía verdaderas ganas de hincarle el diente a La cama de ciprés, y he de decir que lo he devorado en apenas un par de semanas (un hito para mí, ya lo sabéis).

Creo que hoy es un día inmejorable para reseñar su novela, ya que es su cumpleaños. Una pequeña ofrenda para felicitarle (aunque esta entrada no se va a ver viciada por eso, ya os lo aseguro) y desgranar unas pocas líneas sobre la historia de Claudio y María, sus dos protagonistas.

La cama del ciprés es la primera obra de este autor castellonense, una novela que se adentra en lo más puro de la novela negra, tratando, y consiguiendo, extraer esa esencia oscura que siempre nos ha evocado el género. No es un manuscrito muy extenso, puesto que sobrepasa las doscientas páginas por poco, pero son más que suficientes para dejarnos ver lo que el autor nos quiere entregar.

Os iba a contar de qué va; de hecho, tenía escrito el comienzo, pero me gusta tanto la sinopsis que me voy a limitar a copiárosla aquí abajo.


Dos historias entrelazadas por la muerte y el dolor. El robo de su nueva novela sitúa a Claudio, un escritor marcado por la tragedia, en el epicentro de una serie de violentos crímenes sin resolver. Su libro empieza a cobrar vida de la mano de un escurridizo asesino que tiene en jaque a toda la policía. Tres cadáveres desollados, tres truculentos asesinatos que amenazan el sosiego de un pequeño municipio en el que nunca pasa nada y que convertirán al escritor en principal sospechoso. Mientras el criminal campa a sus anchas con una doble vida de ficción que le permite saborear la tragedia ajena en primera persona, Claudio acaba convirtiéndose en la única pista fiable de la Policía y en la obsesión de aquel al que la prensa acabará apodando como el ‘Destripador fantasma’. Así, una vida marcada por la pérdida, el calvario compartido con su mujer y el recogimiento, se verá sacudida al mismo ritmo que el texto robado se materializa ante él confundiendo al lector con dos realidades que se funden. Tan solo la comprensión del huraño inspector Márquez arrojará luz sobre una vida de altibajos que acabará con Claudio, convertido en víctima y verdugo de su historia.


La cama del ciprés es una gran historia. La novela comienza fuerte, no te deja tiempo ni espacio para pensar siquiera si te gusta, porque desde un primer momento quedas prendido de la trama. Iremos alternando la historia real con pasajes de la novela de Claudio Torres, y a la vez, quemaremos las etapas de su relación con María. Tambien seremos testigos del surgimiento de amistades inesperadas, y asistiremos a pequeñas escenas donde el pasado será más importante que el futuro.

Lo que más me ha gustado de la novela, además de lo vertiginoso de su historia, es la agilidad a la hora de leerla. Vicente utiliza un vocabulario cuidado y muy rico, pero que no entorpece el transcurso de las páginas. Es una de esas novelas que, probablemente, requiera de una segunda lectura para comprender del todo alguno de sus detalles, y ese es uno de los mayores elogios que, a día de hoy, se le puede hacer a una novela.

Tengo entendido que la segunda parte de esta obra está cociéndose en el horno a fuego lento, así que es un gran momento para que os pongáis con La cama del ciprés, y que no se os acumule la faena.

viernes, 5 de junio de 2020

Reseña: Sin aliento


¡Ah, qué gran sensación! Cuando lees, por primera vez, la obra de un nuevo autor al que no conoces. La duda de cómo serán sus escritos, qué fluye por su cabeza. Si, además de todo esto, se trata de la primera novela de ese escritor, la tensión aumenta. Puede que se trate de una de las primeras historias que circularon por su mente.

En el caso que hoy nos ocupa, voy a intentar desmenuzaros un poco el primer trabajo de mi paisano Pascual Delegido, titulado Sin aliento. Esta obra fue seleccionada como ganadora del Premio Titanium de novela, en 2017.

Conocí a Pascual, cara a cara, en una presentación a tres bandas en Alicante, junto con Aroa R. Zúñiga y Eduardo J. Lledó. Mientras que sus dos compañeros hablaban con soltura, Pascual me recordó tanto a mí, hablando solo cuando se le solicitaba, expresándose con las palabras justas... Supe que estábamos cortados por el mismo patrón. Él estaba presentando su segunda novela, llamada En la espiral de la locura, pero cuando el catálogo de trabajos de un autor me llama la atención de igual manera, suelo decantarme por el orden cronológico de publicación. Recuerdo que él mismo me advirtió: «es una novela dura», a lo que contesté: «precisamente por eso la quiero leer». De esta forma, en unos pocos meses me hice con mi ejemplar de Sin aliento, y aquí nos encontramos para hablar sobre él.

Vamos a comenzar por lo primero. No es una novela especialmente larga (300 páginas), y vuelve a reforzar mi opinión sobre que una novela, por ser más breve o más extensa, no aumenta o reduce su nivel (recuerdo que mi Los ecos de la mente tiene 200 páginas).

En Sin aliento vamos a acompañar a Esmeralda Manver, que vive recluida en su propio hogar, presa del abandono y el maltrato de su marido. Encontraremos a una mujer que ha asumido su desdicha, ha dicho adiós a toda esperanza de volver a gozar del hecho de ser libre, y que es la primera sorprendida cuando emprende una huida que supone su última oportunidad, una segunda vida. 
Rubén Campos será su acompañante, junto con un par de aliados, y en el bando opuesto, incontables villanos.

Tenemos entre las manos una novela con descripciones trabajadas, un manuscrito más que cuidado en el que cada pequeño detalle será importante. Es sorprendente cómo se puede crear una novela tan compacta sin alardear en cuanto a ubicaciones, largos períodos de tiempo y decenas de personajes. La trama de Sin aliento transcurre en la provincia de Alicante y en apenas dos días frenéticos, en los que los protagonistas verán a sus antagonistas, en todo momento, a través de su retrovisor.

Esta novela me ha evocado, por momentos, a algunas escenas de las películas de Tarantino. No sé si es algo buscado o si es fruto de la casualidad, como tampoco sé si el propio autor me acompañará en esta observación. Pero han sido unas cuantas las sonrisas que he esbozado recordando los famosos episodios de los matones de Reservoir Dogs o Pulp Fiction.

En definitiva, Sin aliento ha sido una bocanada fresca de novela negra en su sentido más puro. Armas, persecuciones, violencia y sangre. Cuatro elementos que, junto con un amor desbocado surgido de la nada, eclipsan las líneas de Pascual Delegido.