¡Nos vamos de viaje! Empiezo a
mover la cola de la emoción, como siempre que salimos a algún sitio. Rafa engancha
la correa a mi collar, subo de un salto al asiento del coche, y escucho cómo el
cinturón hace clic. ¡Nunca se le olvida abrocharlo! Tras los primeros minutos
de inquietud, decido acostarme.
Agradezco las ventanillas
bajadas, porque de esa manera el aire me impacta en la cara; me incorporo de
nuevo, abro la boca y saco la lengua. Acerco mi cara al cristal trasero, y veo
cómo las casas del vecindario quedan atrás a gran velocidad. Intento acercarme
a Rafa, pero la correa no llega hasta él.
-¡Síentate, Casper!
Obedezco, aunque esta vez no
haya comida de por medio. Rafa no está contento hoy, no me ha acariciado
todavía, pero al menos el cuenco de pienso estaba más lleno que de costumbre.
No he visto tampoco al pequeño Martín; seguro que él me habría acariciado
mientras desayunaba, es una apuesta segura. Yo, a cambio, siempre le lamo las
piernas como agradecimiento, y él acaba riéndose escandalosamente. El ciclo de
una mañana cualquiera. Luego todos se van y yo me tumbo en el sofá, aunque sé
que con ello me ganaré una riña.
El coche va más rápido de lo
normal, parece que tenemos prisa. Miro otra vez por la ventana, y no reconozco
el camino: veo árboles y hojas, un buen sitio para jugar. Buena elección, Rafa,
tú sí que sabes. Después de un par de giros que me hacen tambalear, el coche
frena y siento cómo acabamos deteniéndonos por completo. Rafa baja del coche y
da la vuelta para acudir a mi puerta. La abre, me libera del cinturón y salto
del asiento en una estampida vertiginosa. Hay sombra gracias a los árboles que
he visto desde el coche, así que puedo correr y correr sin cansarme mucho. Rafa
camina detrás de mí, y nos alejamos del coche. Veo que lleva una chuchería en
la mano, y sé que es para mí. Me relamo pensando en cuándo me la dará, e
inconscientemente me ciño al paso de Rafa, que ahora camina a mi lado. Sigue
sin acariciarme, pero yo me concentro en lo que guarda en su mano.
“No lo escondas, no, que ya lo
he visto”.
Ya hemos caminado mucho cuando
veo que Rafa mira alrededor, y yo hago lo mismo. No hay nadie, no sé por qué
Rafa ha tenido que mirar para comprobarlo. Estamos en un amplio claro, y ahora
el sol sí consigue castigarnos con el calor del verano, aunque agradezco la brisa
que sigue azotándome, y levanto el hocico para disfrutarla.
Rafa sigue cabizbajo, pero se
arrodilla para estar a mi altura. Menos mal, empezaba a pensar que estaba
enfadado conmigo, y llevo ya muchos días sin morder sus zapatillas. Me mira a
la cara, pero inmediatamente agacha la cabeza. Decido darle un lametón en la
cara para alegrarle, pero esta vez no sonríe. Él pone las manos bajo mi cabeza
y agarra el collar. Con un hábil movimiento, suelta la hebilla que siempre me
sujeta el cuello, y siento cómo la eterna opresión de la cinta de piel cede y
me libera.
Rafa se levanta, y yo me
levanto. ¿Ya nos vamos?
“No te olvides de la chuchería,
Rafa, yo no lo he hecho”.
-Siéntate, Casper –murmura Rafa,
señalando al suelo con su dedo.
Obedezco. Una chuchería está en
camino, y con eso no se juega. Veo cómo una lágrima cae de los ojos de Rafa, y me
parece raro. Nunca había visto esa expresión en su cara. Gimo un poco para que
sepa que estoy ahí, y Rafa abre los ojos tras secárselos. Comprueba que sigo
sentado, y tiende su mano, en la que está mi premio. Ávidamente abro mi boca y
atrapo el manjar con delicadeza, saboreándolo, pero devorándolo en apenas un
segundo. ¿No hay más?
Rafa da un paso atrás. Yo,
frente a él, doy uno adelante.
-Quieto, Casper.
Obedezco. Quizá tenga más
premios en los bolsillos del pantalón.
Rafa da otro paso atrás. Yo
permanezco sentado.
Otro paso más.
Otro.
Vuelvo a relamerme el hocico,
pero cada vez veo a Rafa más lejos. Me levanto y doy un paso hacia él.
-¡Quieto, Casper! –chilla Rafa,
con nuevas lágrimas brotando de sus ojos.
Me siento otra vez. Veo cómo
Rafa da otro paso más, y mi collar tintinea en la lejanía.
-Quieto, ¿eh? –repite Rafa,
esta vez más sereno.
Me remuevo, pero permanezco en
el sitio.
Rafa se gira y comienza a
caminar con rapidez. Siento la tentación de seguirlo, pero recuerdo su orden, y
me quedo quieto. Habrá ido a por otra chuchería, o tal vez estamos jugando.
Pasan unos minutos, y me
siento.
¿Estaba tan lejos el coche?
Ladro.
¿Rafa?
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