viernes, 26 de septiembre de 2014

Jugando a médicos

Seguimos devorando a Juan Gómez-Jurado. Esta vez tocaba su más reciente publicación, titulada El Paciente, y aprovechando una de sus múltiples ofertas cuando la puso a la venta por 4'74€ en versión digital. Siendo una novela publicada hace menos de un año, esto es lo que se viene llamando una ganga.

La trama es de esas con las que no puedes soltar el libro de las manos, de esas que no te da un respiro, de esas de "un capítulo más y paro". Pero no paras. De lectura ágil y ligera, sus 480 páginas parecen ser muchas menos según vas avanzando en la historia. El guión parece elaborado minuciosamente para ser catapultado a la gran pantalla, de esas películas que ya prácticamente no se hacen porque toda la cartelera está copada por remakes y adaptaciones de cómics.

El protagonista, David Evans, nos abre las puertas de su mente a través de un diario en el que relata cómo transcurrieron las sesenta y tres horas más frenéticas de su vida, desde el secuestro de su hija hasta la conclusión de esta agitada travesía. Todo sucede en ese corto espacio de tiempo, pero el escritor nos va involucrando en la vida del neurocirujano Evans a través de flashbacks que nos hacen conocer el cúmulo de desdichas del doctor. Conoceremos de esa forma el perfecto triángulo fraternal entre David, su esposa Rachel y la pequeña Julia; cómo y porqué esta familia se hace añicos y el gran cambio de personalidad del Dr. Evans después de esto. La aparición del misterioso White y de Kate, la hermana de Rachel, ponen la guinda hollywoodiense a esta excelente novela.



Juan Gómez-Jurado me ha hecho recordar muy gratamente, con El Paciente, las mejores novelas de John Katzenbach. Y es curioso que un escritor no se encasille en un sólo género, ya que con La leyenda del ladrón nos hizo recordar a Ken Follett. Un autor que no deja de sorprendernos y que, con su prosa, está consiguiendo que siempre incluya entre mis próximas lecturas alguna de sus novelas, aunque no estuviera en mi horizonte.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

Los personajes toman el mando

Hay ocasiones en las que un libro, dentro de su mediocridad, queda salvado por los personajes que lo habitan. En otros casos, un libro decente queda ensalzado por unos personajes supremos. Y en alguna ocasión, por muy bueno que sea el manuscrito, sus personajes toman el mando.

Tal es el caso de una trilogía medieval que recientemente ha pasado por mis manos. La Primera Ley, escrita por un brillante Joe Abercrombie, cuenta las aventuras y desventuras de un elenco de individuos de lo más variopinto.


La trama en sí ya tiene su miga, es una trilogía a la que no le falta de nada, sólo un peldaño por debajo de la omnipresente y omnipotente Canción de Hielo y Fuego. No aburre en ningún momento, en sus aproximadamente 2.500 páginas (los tres tomos, claro).

Sin embargo, lo que hace pasar del notable alto al sobresaliente a esta saga son, sin duda alguna, sus personajes principales, algunos profundos y enrevesados, otros simples y burdos; algunos en constante evolución en su personalidad, otros sin cambio alguno desde la primera hasta la última página.

Mención especial al inquisidor Sand dan Glokta o a Logen Nuevededos, pilares fundamentales de esta historia. Glokta es un antiguo combatiente de guerra, también antiguo prisionero de sus enemigos los 'gurkos', y actual tullido a causa de esos mismos enemigos. Su humor negro y lacerante es la clave de su personaje, unido a las constantes referencias a su incapacidad para hacer una vida normal.

Los pasos de Glokta sobre las mugrientas losas del suelo marcaban un ritmo constante.
Primero, el golpe seco de su talón derecho, luego el leve toque del bastón y, finalmente, el interminable arrastre de su pie izquierdo, acompañado, como de costumbre, por unos dolores punzantes que le repercutían en el tobillo, la rodilla, las posaderas y la espalda. Golpe, toque y dolor. Ese era el ritmo de su andar.

Por su lado, Nuevededos, apodado 'El Sanguinario', es un bárbaro norteño que trata de dejar atrás un oscuro y sangriento pasado, intentando con ello empezar una nueva vida. Pronto se da cuenta de que no es posible; su pretérito siempre le perseguirá. Pese a ello, es una persona que trata de ver siempre el lado positivo, y aunque opta por evitar siempre la batalla, ésta perpetuamente le acaba encontrando.

— Sigo vivo— gruñó. Vivo, pese a todas las molestias que se habían tomado la naturaleza, los Shanka, los hombres y las bestias. Empapado, con la espalda pegada al suelo, rió entre dientes. Una risa aflautada acompañada de una especie de gorgoteo. Digamos una cosa de Logen Nuevededos: es un superviviente.

Hay otros muchos personajes: Jezal dan Luthar, Ferro Maljinn, Bayaz (el Primero de los Magos), Collem West (otro de mis favoritos), en una trama que trata de alejar los clichés de la fantasía medieval.

Quiero resaltar algo que pocas veces he visto en una novela. Me pasa muchas veces que, cuando acaba la trama, quedan muchas preguntas por responder, muchas incógnitas que desvelar, mucho barullo que explicar. Entiendo que muchos autores lo hagan a propósito para dejar un hilo de ambigüedad, o para dejarlo todo en manos de la imaginación del lector (como en la película Origen, donde no se sabe si la peonza acaba cayendo o no); pero hay muchas otras novelas que dejan muchas cosas sin solucionar de forma que el lector queda con ganas de una explicación final. Pues este no es el caso de La Primera Ley. La trama concluye a falta de unas sesenta páginas para el final, con tan sólo unos flecos por resolver, y ese espacio final queda destinado a la explicación de todo lo que faltaba por responder (que no es poco). He de decir que me gustó mucho el final de esta trilogía.




miércoles, 2 de abril de 2014

En la piel de Sangmi

Seguimos poniéndonos al día. Sesión de lectura. Hoy mismo he acabado una novela, desconocida inicialmente para mí, pero cuya crítica me hizo dar el paso de leerla. Se titula Las orquídeas rojas de Shangai, y trata sobre la invasión japonesa de Corea, China y gran parte del continente asiático antes y durante la Segunda Guerra Mundial.

Es de obligación señalar que es una historia basada en hechos reales, extraída del testimonio de una "mujer de consuelo" de la época, una coreana que fue raptada por el ejército japonés para ser una prostituta forzosa. La autora narra las idas y venidas de la protagonista, el momento del rapto, las violaciones y vejaciones, la pérdida de seres queridos, y todo el sufrimiento de esta mujer a lo largo de años de secuestro. Juliette Morillot, que así se llama la autora, trata todas estas situaciones con una crudeza extrema, que añade un extra de realidad a una novela que no deja indiferente.

¿Algún pero? Sí. Para mi gusto, es una novela demasiado narrativa, exenta de diálogo alguno, y esto hace que el ritmo sea demasiado lento a veces. La verdad es que estás en todo momento dentro de la historia, pero el avance es cansino, y la historia se hace pesada en ocasiones.

Pero se consigue sobrellevar, y el tramo final de la historia es impecable, coincidiendo con el final de la Segunda Guerra Mundial, las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, y los posteriores años de Sangmi, la recomposición de su vida y años finales.

La verdad es que mi opinión de la novela ha variado mucho una vez leída la parte final, tanto que al principio no tenía pensado escribir esta reseña. Pero esas últimas páginas, esos últimos capítulos, combinando el brote de unos profundos sentimientos con unos acontecimientos históricos vitales en la historia de la humanidad, ha dejado su sello en mi corazón de lector.

Luces y sombras con Scorpions

Hay momentos en la vida que se esperan con especial expectación. Dentro del mundo del rock, un concierto de Scorpions es uno de esos momentos. Y el hecho de que la cita sea en su gira de despedida lo dota todo de un aura más culminante, más especial, más única.

Pero todo esto no hace que la velada vaya a ser perfecta. Todo debe estar cuidado con el mayor esmero y hasta el más mínimo de los detalles, y una banda que lleva en la carretera más de cuarenta años debe saber hacerlo a la perfección. ¿O no?

¿El escenario? El Palacio Vistalegre. Primer error. Yo no había vivido ningún concierto ahí, y la verdad es que me vienen a la cabeza muchos lugares mejores para hacerlo. No hay un lugar determinado para hacer cola, y esto hace que los fans tengan que amontonarse a lo largo de las calles cercanas, interrumpiendo el tráfico de una ciudad como Madrid, que ya de por sí no goza de fluidez. La cola, hasta donde mi vista abarcaba, atravesaba manzanas y manzanas de la ciudad madrileña.

Un vez dentro, nosotros fuimos afortunados, pues el estar desde el principio en la cola hizo que pudiéramos situarnos en una zona central que, a la postre, sería decisiva. Escuchamos primero a los teloneros, Steel Panther, desconocidos para mí. Desde luego, son un grupo, cuando menos, espectacular. Con su peculiar atuendo y un repertorio de obscenidades, tanto en sus canciones como en sus introducciones ("¿Alguna de vosotras quiere follar con nosotros esta noche?"), sus primeros diez minutos fueron entretenidos, pero después acabaron exasperando a gran parte del público.


Y por fin, sin mucha dilación, aparecieron, el plato fuerte, Scorpions. Empezaron con fuerza, con brío, con energía. Nada que reprochar. En sus algo más de dos horas de concierto, mi única sombra respecto a su concierto fue, sobre todo, el sonido. No por culpa del grupo, sino porque el Palacio Vistalegre no es el mejor lugar para acoger una cita audiovisual como un concierto. Como he dicho, nuestra posición central hizo que se escuchara todo medianamente bien, pero la gente de los flancos no estaba en la misma situación, llegando, algunos de ellos, a abandonar el recinto antes de la conclusión del concierto. Siempre recordaré, en este aspecto, el concierto de los Foo Fighters, en el Palacio de los Deportes, donde todo lo reseñado anteriormente fue perfecto, tanto la espera, como el audio, como una mayor capacidad de aforo.


Pasemos a las responsabilidades directas del grupo. Con una trayectoria de tantos y tantos años, discos y canciones a sus espaldas, hubiera sido una quimera que no se dejaran algún tema en el tintero. Pocos son los grupos que no lo hacen. Personalmente, a mí me faltaron, entre otras, pero especialmente, Someone like you y, sobre todo, You and I. Obviando esto, sus interpretaciones fueron impecables, en especial con Holiday, la eterna Still loving you y la emotiva Wind of change, para la cual intercalaron imágenes de la caída del Muro de Berlín.

Pues bien, ese es mi resumen del concierto de Scorpions, con cosas muy destacables y aprovechables, la despedida de unas auténticas leyendas del rock; pero por otro lado, algún que otro punto negro que casi emborronó la noche. Aun así, en mi caso no fue grave, y puedo darles un profundo "hasta siempre" y un "seguiré escuchándoos".