jueves, 26 de mayo de 2016

Amanecer #4

“¿Por qué tengo tan mala suerte?”
Eso se preguntaba Pierre al mirar a través de la rendija de un armario.
Llevaba meses sin robar, tratando de alejarse de la tentación de ganar dinero a costa de los demás. Sí, se le daba bien, y sí, vivía mejor gracias a esos hurtos continuados, pero su pareja, Ingrid, lo instó a abandonar la práctica. Ahora que esperaban un niño, tenía que ser un hombre de bien.
“Es un regalo”, le había dicho André cuando le ofreció la oportunidad. “La pareja se va de viaje a Estados Unidos y dejan la casa desierta durante dos semanas. Él es ingeniero, y ella médico. ¿Te imaginas lo que puedes encontrar en esa casa?” Por supuesto, Ingrid no sabía nada. Había accedido sin contárselo, para así eludir el enfado.
Había entrado en la vivienda sin esfuerzo alguno, pues el sistema de alarma era de lo más básico, y el blindaje de la puerta brillaba por su ausencia. Apenas había comenzado a mirar algunas pertenencias, reflexionando sobre qué llevarse y qué no, cuando escuchó la puerta de la entrada principal, en el piso inferior. Afortunadamente, él se encontraba arriba, en la habitación de matrimonio. Sopesó sus opciones. Descartó la opción uno, saltar por la ventana, pues la caída era alta, y haría mucho ruido. La opción dos era tratar de entrar en otra habitación, para bajar por las escaleras cuando la pareja entrase en la propia. La ruidosa ascensión de los dueños le señaló que esta opción ya no era válida. La tercera y última opción, cliché por antonomasia, era el armario. Suspiró. No tenía tiempo para otra cosa, y con desaliento, entró en él.
Apenas tenía espacio, y tenía que abrazar sus propias rodillas, agazapado, para no abrir involuntariamente la puerta. Los pantalones y camisas del propietario rozaban su cabeza, molestando a conciencia. La pareja hizo acto de aparición en la estancia, aparentemente abatida.

-Te dije que esa aerolínea tenía mala crítica –criticó ella.
-Lo sé, no hace falta que me lo repitas cien veces.
-Ahora tenemos que esperar seis horas para salir, y vamos a perder la excursión de mañana.
-No te preocupes, ¿recuerdas que teníamos un día libre al final del viaje?
-Sí.
-Mañana llamaré para que nos muevan la excursión a ese día.
-¿Puedes hacer eso? No creo que te hagan ese favor.
-Ya lo creo que lo harán. Y si no, tendré que seducir a la operadora –sonrió él, acercándose a su mujer.
-¿Ah sí? Y ¿qué te hace pensar que mantienes tus dotes de seducción, Jacques? –preguntó ella, flirteando.
-No sé, conozco a alguien que siempre cae ante mi tentación.

Pierre estaba abochornado. Iba camino de tener que observar  a una pareja haciendo el amor, en lugar del robo rápido que había planeado. Estaban en plena noche, e Ingrid no tardaría en preguntarse dónde se encontraba. Presto, quitó el sonido a su teléfono, detalle que acabaría por salvarle.
Jacques estaba despojando de la blusa a su mujer, botón tras botón, sin ningún resquicio de premura. Ella hacía lo propio con la cremallera del pantalón ajeno, y con gráciles movimientos, ambos se encontraron en plena desnudez en apenas un minuto. Comenzaron a devorarse y retozar en la cama, y Pierre tuvo que dejar de mirar ante la excitación. Desde la concepción del bebé, Ingrid y él no habían hecho el amor, y sintió, durante unos minutos, una amarga envidia por la pareja que lo acompañaba. Solamente una frase de ella, pasados unos instantes, consiguió henchir su orgullo de nuevo.

-¿Otra vez? ¿Qué te pasa?
-Lo siento… -se excusó Jacques, bajando no sólo la cabeza.
-Podemos dar por perdida la excursión.

Pierre no pudo reprimir una carcajada. Se tapó la boca y abrió los ojos al máximo, temiendo haberse descubierto. Sin embargo, la desazón de la pareja seguía tal y como estaba unos segundos atrás. Ambos se taparon con la manta, y sin mediar palabra, durmieron a pierna suelta.
Pasadas unas horas, se despertaron, se vistieron, y cargaron las maletas que habían traído la noche anterior. Se marcharon de nuevo.
Pierre salió del armario, estiró sus entumecidas piernas, y se dispuso a marcharse también. “¿Y si… Todavía me da tiempo a llevarme algo”.

Decidió no tentar a la suerte. Tal como había llegado, salió de la casa, y el amanecer le dio la bienvenida. Arrancó su coche y puso rumbo a su casa. Le esperaba una buena reprimenda de Ingrid, pero se propuso que el de Jacques fuera el único gatillazo de esa jornada.



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