“¿Por qué tengo tan mala suerte?”
Eso se preguntaba Pierre al mirar a través de la
rendija de un armario.
Llevaba meses sin robar, tratando de alejarse de la
tentación de ganar dinero a costa de los demás. Sí, se le daba bien, y sí,
vivía mejor gracias a esos hurtos continuados, pero su pareja, Ingrid, lo instó
a abandonar la práctica. Ahora que esperaban un niño, tenía que ser un hombre
de bien.
“Es un regalo”, le había dicho André cuando le
ofreció la oportunidad. “La pareja se va de viaje a Estados Unidos y dejan la
casa desierta durante dos semanas. Él es ingeniero, y ella médico. ¿Te imaginas
lo que puedes encontrar en esa casa?” Por supuesto, Ingrid no sabía nada. Había
accedido sin contárselo, para así eludir el enfado.
Había entrado en la vivienda sin esfuerzo alguno,
pues el sistema de alarma era de lo más básico, y el blindaje de la puerta
brillaba por su ausencia. Apenas había comenzado a mirar algunas pertenencias,
reflexionando sobre qué llevarse y qué no, cuando escuchó la puerta de la
entrada principal, en el piso inferior. Afortunadamente, él se encontraba
arriba, en la habitación de matrimonio. Sopesó sus opciones. Descartó la opción
uno, saltar por la ventana, pues la caída era alta, y haría mucho ruido. La
opción dos era tratar de entrar en otra habitación, para bajar por las
escaleras cuando la pareja entrase en la propia. La ruidosa ascensión de los
dueños le señaló que esta opción ya no era válida. La tercera y última opción,
cliché por antonomasia, era el armario. Suspiró. No tenía tiempo para otra
cosa, y con desaliento, entró en él.
Apenas tenía espacio, y tenía que abrazar sus
propias rodillas, agazapado, para no abrir involuntariamente la puerta. Los
pantalones y camisas del propietario rozaban su cabeza, molestando a
conciencia. La pareja hizo acto de aparición en la estancia, aparentemente
abatida.
-Te dije que esa aerolínea tenía mala crítica
–criticó ella.
-Lo sé, no hace falta que me lo repitas cien veces.
-Ahora tenemos que esperar seis horas para salir, y
vamos a perder la excursión de mañana.
-No te preocupes, ¿recuerdas que teníamos un día
libre al final del viaje?
-Sí.
-Mañana llamaré para que nos muevan la excursión a
ese día.
-¿Puedes hacer eso? No creo que te hagan ese favor.
-Ya lo creo que lo harán. Y si no, tendré que
seducir a la operadora –sonrió él, acercándose a su mujer.
-¿Ah sí? Y ¿qué te hace pensar que mantienes tus
dotes de seducción, Jacques? –preguntó ella, flirteando.
-No sé, conozco a alguien que siempre cae ante mi
tentación.
Pierre estaba abochornado. Iba camino de tener que
observar a una pareja haciendo el amor,
en lugar del robo rápido que había planeado. Estaban en plena noche, e Ingrid
no tardaría en preguntarse dónde se encontraba. Presto, quitó el sonido a su
teléfono, detalle que acabaría por salvarle.
Jacques estaba despojando de la blusa a su mujer, botón
tras botón, sin ningún resquicio de premura. Ella hacía lo propio con la
cremallera del pantalón ajeno, y con gráciles movimientos, ambos se encontraron en plena
desnudez en apenas un minuto. Comenzaron a devorarse y retozar en la cama, y
Pierre tuvo que dejar de mirar ante la excitación. Desde la concepción del bebé, Ingrid y él no habían hecho el amor, y sintió, durante unos
minutos, una amarga envidia por la pareja que lo acompañaba. Solamente una frase
de ella, pasados unos instantes, consiguió henchir su orgullo de nuevo.
-¿Otra vez? ¿Qué te pasa?
-Lo siento… -se excusó Jacques, bajando no sólo la
cabeza.
-Podemos dar por perdida la excursión.
Pierre no pudo reprimir una carcajada. Se tapó la
boca y abrió los ojos al máximo, temiendo haberse descubierto. Sin embargo, la
desazón de la pareja seguía tal y como estaba unos segundos atrás. Ambos se
taparon con la manta, y sin mediar palabra, durmieron a pierna suelta.
Pasadas unas horas, se despertaron, se vistieron, y
cargaron las maletas que habían traído la noche anterior. Se marcharon de
nuevo.
Pierre salió del armario, estiró sus entumecidas
piernas, y se dispuso a marcharse también. “¿Y si… Todavía me da tiempo a
llevarme algo”.
Decidió no tentar a la suerte. Tal como había
llegado, salió de la casa, y el amanecer le dio la bienvenida. Arrancó su coche
y puso rumbo a su casa. Le esperaba una buena reprimenda de Ingrid, pero se
propuso que el de Jacques fuera el único gatillazo de esa jornada.
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