jueves, 26 de mayo de 2016

Amanecer #6

El rocío perlaba su cuerpo, y una valiente gota descendió por él, coqueteando, flirteando con el deseo de caer e impactar contra la tierra que aguardaba a menos de veinte centímetros. Pareció advertir el peligro que conllevaba, pues la gota, súbitamente, refrenó su ímpetu y trató de detenerse al percibir el verde tallo. Ya era tarde, sin embargo, pues la aventura que ahora trataba de evitar había dado comienzo. Resignada, reanudó su descenso, sin la velocidad de segundos atrás, pero con convicción y osadía renovadas. Finalmente alcanzó su objetivo, y se fundió con una tierra a la que dotó de una humedad conciliadora.
El tulipán, herido su orgullo, trató de conservar el resto de sus refrescantes gotas. Parecían estar en calma, un sueño apacible, y apenas una o dos emprendían a moverse a cada fracción de tiempo. Orgulloso, hinchió sus pétalos anaranjados y observó a sus hermanos. Quizás alguno fuera más alto, otro más hermoso, o tuviera una tonalidad más resplandeciente. Pero él se complacía al despertar cada mañana, sintiéndose uno más en un majestuoso campo de tulipanes.
Pasados varios minutos, llegó el preciado momento de cada día. Vivía por y para contemplar un nuevo amanecer, rodeado por su familia. El lejano lucero comenzó a abrirse paso en el horizonte, y no había rastro de nube alguna que osara impedir su contemplación. Sin embargo, había algo diferente. El habitual olor que la naturaleza les cedía, que ellos mismos proferían, estaba invadido hoy por otro desconocido, desagradable sin duda. Un elemento inefable eclipsó el Sol, todavía lejano, allá en el horizonte. La superficie comenzó a vibrar descontroladamente, cuestionando toda existencia que pudiese estar sosteniendo.
Eran ellos.
Había oído hablar de los humanos. Haciendo y deshaciendo a su antojo, eran el terror de todo ser vivo que se encontrase en su camino. En la lejanía, comenzó a verlos, semejantes todos ellos, en una fila cuyo fin no podía vislumbrar. Vestían todos igual, e incluso su paso era el mismo, monótono, uniforme, marcial. Pese a la distancia, el tulipán comprendió que ya estaban sembrando la destrucción a su paso, pues con su invasión provocaban el caos en su familia. El sonido aumentaba a cada segundo, hasta convertirse en insoportable, y la distancia que se interponía entre ellos menguaba con celeridad. El retumbar del suelo provocó que sus gotas, sus preciadas gotas, cayeran aterrorizadas, impactando con violencia en la tierra.

Desgraciadamente, pudo observar con mayor cercanía a los humanos. Eran cientos, pero el tulipán prefirió centrarse en uno de ellos. Quizá no fuera ése su inminente ejecutor, sin embargo, no le importaba. Se fijó en los extremos inferiores del humano. Esas eran las armas con las que estaban causando la devastación, y supo que ahí se encontraba el peligro real. El hombre portaba entre sus brazos un objeto negro, en apariencia pesado, terminado en punta y con apariencia amenazadora. En el fondo, el tulipán estaba intrigado por la naturaleza de tal elemento, pero el tiempo se le acabó, y su señalado verdugo, tan certero como implacable, lo aplastó, convirtiendo un precioso amanecer en una despiadada sangría.



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